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Por: Verónica Pérez

Presidenta de la región norte de América Latina

DOW

“No hay mejor momento para trabajar en nuestro legado, que ahora mismo.”

Existe un sinnúmero de definiciones de lo que representa el legado de un líder. Desde aquellas definiciones de corte legaloide hasta otras con enfoque en lo profesional y el desarrollo de carrera. La que más me gusta y que abordaré en esta oportunidad es aquella que considera al legado como el resultado de las decisiones que tomamos en nuestra vida y que están a su vez impulsadas por nuestros valores personales. En otras palabras, un legado sólido resulta de combinar una serie de acciones consistentes, congruentes y coherentes, que se transmite y se comparte con los demás como un ejemplo para la posteridad. Es el impacto e influencia que ejercemos con quienes convivimos en el día a día y serán encargados de seguirlo transmitiendo bajo su propio ejemplo.

¿Pero te has puesto a pensar sobre el legado que quieres dejar para la posteridad?

Tal vez te digas a ti mismo: “Aún estoy muy joven para pensar en eso”, “Es demasiado pronto para que mi legado agregue valor” o “Eso es para otro perfil profesional, no es para mí”, etcétera.

Cuando hablo sobre este tema con miembros de mi equipo o colegas, entre los cuales se encuentran algunos jóvenes que inician su carrera y otros líderes experimentados en su rubro, me gusta ver su rostro cuando les reafirmo que “No hay mejor momento para trabajar en nuestro legado, que ahora mismo”

Pensemos que nunca es demasiado pronto para considerar el impacto a futuro que cada uno de nosotros tendremos en la gente que nos rodea, ya sea en nuestro más cercano núcleo familiar, de amigos y conocidos, en la organización o equipo al que pertenecemos, e incluso en la comunidad y otras personas en las que estamos en condiciones de influir en el día a día. Nos demos cuenta o no, dejamos un legado a diario.

No se trata de preocuparnos por lo que sucederá mañana, sino crear ese mañana y dejar un impacto. Vivir con propósito, basados en valores y dejar una huella.

Yo misma me lo preguntaba continuamente. Y eso me ha servido para dirigir mi carrera con un propósito, en lo profesional, lo personal y lo comunitario.

Cuando comenzaba mis estudios, como una de las pocas mujeres en la facultad de Química de la UNAM a finales de la década de 1980, fui planteando metas a corto, mediano y largo plazo. Metas basadas en mis capacidades, mis intereses, mis valores y en lo que quería lograr a futuro.

Aún recuerdo ver aquellos edificios del campus universitario, y centrar mi atención en los majestuosos murales de David Alfaro Siqueiros y Juan O ́Gorman en la Biblioteca y la Rectoría de Ciudad Universitaria en Ciudad de México – ¡imposible no hacerlo! – y precisamente pensaba en el legado que aquellos artistas nos habían heredado. ¿Y cuál quería yo que fuera el mío para dejar a futuro?

También en aquellos años recuerdo una historia que me fascinaba porque ejemplifica perfectamente la importancia de preguntarnos el camino que queremos allanar y el legado que queremos dejar.

La historia del químico sueco Alfred Nobel.

A los 33 años, Nobel descubrió que mezclar nitroglicerina con un material absorbente – imposible que no emerja mi lado científico – se producía un polvo que se podía percutir utilizando detonadores y con ello se dio la creación de la dinamita.

Con su invención, Alfred Nobel amasó su fortuna, así como con la fabricación a gran escala de armamento. Pero su vida dio un giro cuando su hermano Ludvig murió por un ataque al corazón, y debido a la mala información, un diario francés creyó que era Alfred quien había fallecido, y publicó un obituario que lo tachó de “mercader de la muerte” que se había enriquecido desarrollando nuevas formas de “mutilar y matar”.

El periódico galo corrigió el error más tarde, pero no antes de que Alfred tuviera la desagradable experiencia de leer su propio anuncio de muerte. Ese es el incidente que pudo haberle provocado una crisis de conciencia y lo llevó a reevaluar su carrera.

Se ha contado que Alfred Nobel se obsesionó tanto con su reputación postmortem que en su testamento dejó claro su interés de dejar parte de su fortuna para fundar el Premio Nobel y con ello su deseo de dejar un mejor legado.

Algunos creen que la historia es un mito, mientras que otros argumentan que fue solo uno de los muchos factores que ayudaron a moldear la decisión del inventor.

Sea una versión u otra, debe quedar claro que no necesitamos ser grandes creadores o magnates para tomar la decisión de emprender nuestro propio destino y definir nuestro legado. Pero que si somos nosotros los inventores de nuestro futuro.

En más de 25 años de carrera, sigo aprendiendo, y en este camino he sintetizado en 5 puntos clave algunas recomendaciones para ayudarte a construir tu propio legado:

  1. No dejarlo al azar. Construir un legado es tu labor. Se debe basar en tus propios valores, lo mejor de ti, y tu propio propósito en las diversas esferas donde te desenvuelves. Trabajar proactivamente en ello, con valores y objetivos, te ayudará a prosperar y construir ese cúmulo de acciones que quedarán para la posteridad.
  2. Ser consistente no es suficiente. Hay que serlo, trabajar por ello, pero también, hay que ser congruentes con lo que hemos profesado, coherentes con lo que hemos predicado y lo que hemos prometido.
  3. Responsabilidad, ante todo. Nuestra historia, como nuestro legado, es responsabilidad propia. De nadie más. Y en ese mismo sentido, el impacto que llegamos a dejar en los demás. Hasta la más pequeña acción tiene efectos. Reflexiona sobre lo que quieres lograr, pero también, sobre cómo lo harás.
  4. Corrige y aprende. Es válido errar, pero ante ello, es igual de válido – e imperioso – rectificar. Hay en el mundo tantas historias sobre líderes que han prosperado sin pensar en el cómo, sin reflexionar sobre los efectos negativos de su actuar. Por ello, es clave reconocer nuestras áreas de oportunidad y, sobre todo, aprender de los errores.
  5. Mejora continuamente. A Herbert Henry Dow, fundador de Dow, la empresa de ciencia de materiales fundada en 1897, se le adjudica la frase: “If you can’t do it better, why do it?” (Si no puedes hacerlo mejor, ¿para qué hacerlo?) y es una reflexión que nos invita a reinventarnos, a superarnos, y ser una mejor versión de nosotros y de todo lo que hacemos.

No necesitas ser un gran inventor, magnate de la industria bélica o muralista de gran renombre para forjar un legado. Basta ser tú mismo. Hacer mano de tus valores, aprender de los errores, trabajar proactivamente, vivir con propósito y escribir tu propia historia. Este es tu momento. Deja tu huella.


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