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Por: Rodrigo Muñoz Serafín

Socio Director

MUÑOZ SERAFÍN CONSULTORES

“Cada empresario, directivo o líder exitoso, es resultado de su pasado, de su propio prólogo no es una “etiqueta” o un “título”, que precede su nombre.”

Generalmente en el mundo de los negocios se comparten e intercambian ideas y/o experiencias frecuentemente relacionadas con temas materiales, de dineros, políticos o empresariales, pero pocas veces se tocan aspectos relacionados con la persona como individuo, como un ser humano y no como empresario, directivo o líder.

Por eso quiero compartir con el lector algunas reflexiones que además considero oportunas ante todo lo que hemos vivido o sobrevivido en el último año.

Es común conocer a las personas como el empresario exitoso, el millonario, el director como un número, por el tamaño de la empresa que dirige o los movimientos corporativos que ha orquestado, así como líder por su influencia entre sus seguidores o en los mercados.

Evidentemente el reconocimiento de estos hechos no puede ni debe dejar de hacerse, no pueden pasarse por alto los logros que en el campo profesional o empresarial se alcanzan y que sin lugar a duda en mayor o menor medida son resultado de trabajo arduo y constante, de sacrificios, que dicho sea de paso, pocas veces se reconocen, incluso por quien los hizo.

La experiencia evidencia que esta forma de vivir el éxito empresarial tarde o temprano necesariamente lleva al mismo resultado: olvidar el pasado, olvidar de dónde se partió y en muchos casos olvidar quiénes somos, nuestra esencia, nuestras raíces.

“El pasado es un prólogo” dijo Shakespeare y no hay duda que cada empresario exitoso o no, cada alto directivo, cada líder, es resultado de su propio prólogo.

Pero llegado el momento del éxito, de los reflectores, de ser un referente para otros, resulta que pocas veces se recuerda ese prólogo, el pasado personal, los inicios. Pocas veces nos detenemos a pensar ¿Qué hay en ese pasado?, ¿Qué hubo antes de los reflectores, de las reuniones importantes, de ser considerados referentes, de dirigir grandes equipos y realizar importantes transacciones?, ¿Cuál es el prólogo de cada líder empresarial?

Sin importar de quien se trate, el prólogo que antecede a cada líder tiene un inicio, un desarrollo y un desenlace que en su esencia va más allá del éxito que cada uno vive y al margen de la concepción que de este se tenga.

No hay duda que cada persona tiene su historia y sería imposible pretender homologar todas ellas. Sin embargo y quizá con un alto margen de error excepto por algunos casos excepcionales, con base en la oportunidad que he tenido de conocer a diferentes líderes y líderes empresariales, creo que es posible proponer las pautas generales del contenido de esas historias.

El inicio de ellas, como se dijo, salvo casos excepcionales o fortuitos, lo detona un ideal, un ideal que pude ser tan variado como personas existen, pero es finalmente ese ideal el que impulsa a cada persona a iniciar su propia “aventura” y es aquí donde cabe una primera reflexión para preguntarse hasta dónde se mantiene ese sueño, hasta dónde se sigue actuando en función de él o si por el contrario, se fue, se distorsionó en el trayecto o en el mejor de los casos simplemente cambió.

Siempre es un buen momento para hacer un alto en el camino y analizar cómo y por qué se inició cada aventura. Puedo asegurar que es un buen ejercicio para continuar o replantear ese camino.En una cronología lógica, ese inicio, ese ideal, tuvo un desarrollo en el que seguramente se presentaron numeroso obstáculos que cada uno supo convertir en oportunidades y hacer de ellas hechos concretos, lo que a su vez seguramente ha generado nuevos obstáculos que una y otra vez se convierten en oportunidades y en nuevos hechos, nuevos logros.

Descrito así, el camino para cumplir un ideal parecería bastante simple, al grado de poder pensarse que ser líder, ser exitoso, llegar a donde se planeó, cualquiera lo puede hacer. Nada más equivocado.

Entonces ¿dónde podría estar el quid?

Resultado de la evidencia empírica, de lo que grandes líderes han escrito, de la revelación de “los secretos del éxito” que muchos dicen hacer, en mi opinión la respuesta a esta pregunta se resume en dos palabras: “el fracaso”, ese que de alguna u otra forma todos hemos experimentado, ese fracaso del que pocas veces se habla y que más aún, pocas veces se reconoce.

Aquí vale la pena una nueva reflexión ¿no es el fracaso del que más se aprende?, ¿no es el fracaso el que nos obliga a “parar en seco”, a analizar qué se hizo mal, dónde estuvo el error, qué fue lo que no se contempló? Mi madre decía: “que tu vida sea un camino donde ganes o aprendas” y con el tiempo entendí que ese “aprender” no es sino aceptar el fracaso, enfrentarlo para analizarlo, pues es ahí donde se aprende.

Más tarde también entendí que ese aprendizaje de nada sirve si no se tiene la voluntad de iniciar otra vez, desde donde se erró, volver al ideal, reiniciar él camino, enfrentar otra vez los obstáculos y convertirlos nuevamente en oportunidades, pero con más conocimiento, con más consciencia que la ocasión anterior.

Es aquí precisamente donde se inician las brechas entre quienes tienen éxito y quienes no lo hacen, porque no todos están dispuestos a aceptar el fracaso e iniciar nuevamente tantas veces como sea necesario. No todos tienen el valor de aprender y solo pretenden ganar.

Siguiendo con esa cronología, ese ideal por el que se trabaja y que inicia o reinicia el desarrollo de una historia enriquecida por el fracaso que finalmente se convierte en metas, es lo que lleva a cada quien a su “aquí y ahora”, al desenlace de esa historia, el desenlace que al menos temporalmente define quién es cada uno como persona, empresario, directivo o líder.

En este punto se impone una última reflexión, pero no por ello menos importante: cada empresario exitoso, cada directivo de alto nivel, cada líder destacado ¿en realidad es eso?, ¿en realidad es esa “etiqueta” que antecede su nombre?

No creo equivocarme al decir que la respuesta es “no”. Cada empresario, directivo o líder exitoso, como resultado de su propio pasado, de su propio prólogo no es una “etiqueta” o un “título”, que precede su nombre.

En realidad ese empresario, directivo o líder es una persona, un individuo que piensa y siente, un individuo muchas veces solitario porque a las cimas pocos llegan y no siempre acompañados, alguien que como ejemplo que naturalmente es, está formada y forjada con los más altos estándares técnicos y humanos.

Personas que al haber elegido llegar a esa cima, en realidad han decidido “ser para los demás” han decidido “ganar dando” y dando mucho: tranquilidad a otros, seguridad, esperanza o quizá una oportunidad a los demás.

Sin embargo llegado este punto, cuando se está en la cima, una cima temporal, después de que consciente o inconscientemente se ayudó y se dio a otras personas, surge una nueva cuestión: El riesgo de que en ese camino a la cima, se olvide el prólogo con el que se inició el trayecto y todo se reduzca a reflectores que enceguecen, al reconocimiento que de forma inmadura solo alimenta el ego y por tanto convertir ese ideal, ese prólogo, en una simple etiqueta que precede el nombre de cada quien.

De ahí la importancia de no olvidar que la misión para cumplir ese ideal que muchos años atrás cada quien se planteó, no puede ni debe limitarse al ámbito empresarial o profesional, sino expandirlo al entorno personal, como hijos, hermanos, padres o madres de familia.

No perder de vista que esa misión como persona, como ser humano, no puede, como a menudo pasa, dejarse de lado, para mañana, para “cuando se pueda”, para cuando termine esto o lo otro.

Las enseñanzas del prólogo personal deben ser el motivo y fin del actuar diario, no como empresario, directivo o líder, porque esa faceta todos los días se pone en práctica, sino como personas. Ese prólogo debe permitir a cada uno que su misión como persona sea también dar y darse a su familia a su pareja, a sus hijos a sus padres o hermanos.

Es inevitable que cuando el empresario, el directivo o el líder ya no está, llega otro para reemplazarlo, pero a la persona no. Entonces no debería perderse de vista que de nada sirve un prólogo y un desarrollo que finalmente termine en el olvido, en el reemplazo.

Por ello, la finalidad última de un líder, es asegurar que ante su inevitable ausencia física, ese liderazgo quede como un legado, pero un liderazgo como persona, porque el de los negocios siempre tiene fecha de caducidad.

Lograr esto hará que toda la vorágine que los líderes viven diariamente en verdad haya valido la pena. Para ello, si bien no hay recetas infalibles, el que cada quien se vea a sí mismo como persona, repasando su propio prólogo a lo largo de todo el camino sí asegura mayores probabilidades de un legado exitoso, un legado de liderazgo empresarial, pero más importante aún de liderazgo personal…


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