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Por: Rodrigo Manrique Gómez Pimienta

SOCIO FUNDADOR

BESCIENCE

¿Cuándo se es verdaderamente feliz? ¿Es acaso a partir de la riqueza? ¿Cuál riqueza? Durante más de 22 años de vida corporativa confieso que fui feliz en muchas ocasiones, profesionalmente hablando, y que también me produjo felicidad en otros ámbitos de mi vida.

Pude viajar, trabajar en otros países, conocer otras culturas y comer otras comidas. Pero, ¿a qué precio? ¿Se le puede poner un precio a la felicidad en la vida laboral? Los que hemos probado ambas formas laborales (la del emprendedor y la de la vida corporativa), que el ser tu propio jefe te da más felicidad que el de acabar sirviendo – reportando – rindiendo cuentas a alguien más. Pero, en el caso del emprendedor, ¿de verdad acabas siendo tu propio jefe o te acabas volviendo un esclavo de tu marca, de tus clientes, de tus accionistas y socios, de tu gestión, o de tu dinero y modo de vida? ¿Y es eso lo que te da la felicidad? Decía el compadre -porque se lo había dicho alguien más también- : la verdadera riqueza es poder tener la completa libertad de hacer lo que quieras con tu tiempo. Pues entonces muy probablemente ninguno de los dos modos de vida laboral te pueden dar la felicidad. ¿Y entonces? El desempleo pareciera la única opción o ¿es que sólo los dedicados a su verdadera pasión sin importar la riqueza material consecuente lo son? ¿Los deportistas, los artistas, los religiosos o los de las causas sociales? Y atención a la estadística porque indica que la mayoría de los profesionales en estos menesteres no son ricos, pero, ¿serán felices? Porque me cuesta mucho trabajo creer que alguien que entra a trabajar a la primera buena oportunidad que se le presenta y que no es de su interés genuino, porque muchos empezamos la vida laboral seria con lo que se presenta y no con lo que verdaderamente queremos, diga que eso es lo que acaba satisfaciendo su más – profundo sentido de la felicidad. A mi no me pasó. De hecho pudiera decir que fue una de las etapas más sacrificadas de mi vida laboral porque la ambición por crecer, demostrar, alcanzar -que todo recién graduado a los 23 años de edad naturalmente experimenta- hace que uno no sea feliz mientras trabaja. Y aunque vaya creciendo y la riqueza material pueda acompañarlo y darle muchas satisfacciones, uno no es feliz o verdaderamente feliz en el fondo. Hay incluso profesiones que se heredan y que, dada su prácticamente garantizada riqueza monetaria que genera al heredero, el susodicho decide estudiar (en el mejor de los casos) y trabajar en eso, aunque no sea feliz. Rico, pero no feliz. O rico y feliz, pero una felicidad basada en algo que hacerlo todos los días le recuerda que no es feliz. Contradictorio ciertamente…

¿Entonces? ¿Cómo vamos creciendo profesionalmente siendo feliz personalmente? ¿Es que un camino o el otro te lo garantizan? ¿A poco la felicidad laboral condiciona la felicidad personal? ¿Se puede separar la felicidad? O, ¿se es feliz o no… y punto final? Sin pretender ser una disertación filosófica concluyente al respecto, me parece que la gente se la pasa permanentemente en búsqueda de la felicidad sin darse cuenta que lo que realmente te satisface (y te provoca felicidad) son los momentos de riqueza que vas viviendo en el camino. De ahí entonces que deberías escoger o por lo menos tener claro que habrá muchos momentos de la vida profesional que no te serán enriquecedores ni te provocarán satisfacción, pero que vale la pena vivirlos para poderlos comparar con aquellos en donde obtuviste ese momento de riqueza. Y creo que más allá de la compensación monetaria por la que trabaja la gente, los momentos de riqueza te los acaban dando las personas con las que trabajas: con las que tienes que lidiar todos los días pero que en algún momento llegan a un acuerdo para lograr algo; con las que tienes que hacer tus proyectos y que depende de su trabajo que tu proyecto salga adelante, o se venda, o se modifique para bien o se acabe cancelando para un bien mayor (aunque no siempre lo entiendas y tengas que vivir temporalmente con la frustración consecuente); con las que acabas compartiendo la comida, el desayuno o las cenas desveladas, algunas por chamba y otras por pachanga pero en donde acabas conociendo que los demás también tienen problemas más o menos graves que los tuyos pero en los que tal vez tu puedas ayudar un poco y muchas veces acabes haciendo complicidades que acaban en amistades; y con las que en el emprendimiento te vuelves socios, camaradas, amigos, cómplices y psicólogos de cabecera…

Total que no acabamos estando convencidos de que trabajar enriquece. ¿O sí? Porque además el trabajo no acaba enriqueciendo monetariamente a todos, pero tal vez la forma en cómo enfrentas al trabajo y las experiencias que vives derivado de él, son las que te van llenando para sentirte enriquecido. Porque si, por ejemplo, trabajas en un banco, la gente te tiene estigmatizado como ladrón, cuando yo he preferido pensarlo y darle sentido a muchos años de trabajo corporativo en un grupo financiero a mejorar la sociedad, la calidad de vida, las oportunidades que tiene la gente para su familia, para su negocio o para algún fin altruista. O porque si eres abogado, la gente te catalogará como un vivales para el propio bien de tu cliente y no para defender la justicia imparcial igualitaria para todos: que también lo acaban haciendo así muchos letrados en la abogacía. O el emprendedor y empresario que está estereotipado como aquél que solo quiere su propio enriquecimiento, ¿es que acaso no es capaz de contribuir loablemente al desarrollo de su comunidad? Me parece que hay por demás ejemplos de que sí se puede. Y te vas dando cuenta que la gente sí crece, sí cambia, sí mejora pero es en la firmeza de los principios de vida que se enriquece uno cuando de verdad cree y se da cuenta que está haciendo y luchando por un mundo mejor. Y me atrevería a decir que eso se puede hacer desde cualquier profesión y oficio (evidentemente quitando las actividades criminales) siempre y cuando la gente lo haga queriendo un mundo mejor. Amén de las nuevas tendencias por tener un desarrollo económico y social sustentable en todos sentidos, es necesario comprometerse a hacerlo desde nuestro círculo más cercano: empezando por la familia, la vecindad, la comunidad, el municipio, la ciudad, el país y finalmente en el mundo en el que vivimos. Y tal vez ahí, en el quehacer de todos los días porque de verdad estemos haciendo algo por nuestro bien pero conscientemente también haciendo el bien para los demás… será en el proceso, en el caminar y en el superar los retos diarios que nos estaremos enriqueciendo y probablemente ahí encontremos la felicidad.


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