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Por: Abraham Bleier Finkelstein

DIRECTOR GENERAL

GARABATOS

“En Garabatos, los intereses se negocian, los valores no.”

Cada uno de nosotros somos el resultado de una mezcla de “bagaje”, un padre y una madre que vienen de dos familias las cuales cada una arrastra su propio “ADN”.

De aquí que la frase “lo que se hereda no se hurta” hará de las suyas y nos ayudará a entender por qué cada uno de nosotros tenemos características tan especiales.

Mi padre fue un hombre que se quedó huérfano de padre y madre a los 9 años, vivió la primera y la segunda Guerra Mundial, el comunismo en Rumania, y todo eso, inevitablemente, dejó secuelas en su forma de ver y enfrentar la vida.Mi madre por su lado, vivió diferente, pero también sufrió una guerra y los embates del maldito comunismo que marcó para siempre sus vidas. Mucho de lo que vivieron ellos y sus antepasados estoy seguro ha sido transmitido a mis hermanos y a mí. Esta mezcla unida al carácter de cada uno da como resultado a individuos distintos y con características únicas.

Además, un componente que nunca he podido explicar, pero que sé y siento que existe; el alma, que carga en sí misma información de otras vidas.

En ocasiones he intentado analizar algunos de mis comportamientos y contrastarlos con los de mis hermanos. Incluso me parece que el haber perdido a mi padre a los 17 años después de un par de años de luchar contra el cáncer, sumado a la diferencia de edad (me llevaba 56 años) y la poca comunicación, fue otro factor determinante en la forma en que se forjó mi carácter.

De ahí que mi forma de ahorrar y trabajar, así como la manera en que he enfrentado la vida, no fuera transmitida por él directamente, sino por su historia y sobre todo por mi madre, a quien la vida me regaló hasta cumplir noventa y un años.

Recuerdo una de sus frases “a mí no me gusta deber.” Muchas personas entienden que la forma de crecer los negocios es a través de créditos, pero a ella algo de eso le molestaba y nunca quiso pedir prestado. Mi padre, un hombre que aún con sus carencias, siempre vio la forma de ahorrar y con esa determinación pudo comprarle una casa a mi mamá unos pocos años antes de morir. Todo esto lo llevo “tatuado” en mi ADN.

A partir de un análisis retrospectivo podríamos entender como cada uno de nosotros nos comportamos en los negocios. Hay quien utilizará los valores enseñados en su casa y será con ellos con los que negocie. El honor, la palabra y cuidar de nuestro nombre son valores que se aprenden a través del ejemplo, por ello es probable que quienes los vieron en casa, vivan en función de ellos e intenten transmitírselos a sus hijos y descendientes.

Desde hace tiempo comparto con mis colaboradores una frase que me ha marcado, “en Garabatos, los intereses se negocian, los valores no “. Todo esto es el resultado de muchos años de relación tanto entre nosotros como con nuestros proveedores y clientes. Cuando me toca sentarme a la mesa con un proveedor, quizás el resultado de la negociación nos duela a ambos, pero nunca a costa de lastimarlo y mucho menos, quedarle a deber.

Otro ejemplo fue ver a mis padres trabajando hombro a hombro con la gente en su pastelería. Trabajaban desde la mañana hasta la noche sin perder la compostura, tratándose con respeto, dándoles su lugar e intentando generar una relación de familia que se mantuvo durante muchísimos años y que buscamos que se siga manteniendo en el Grupo.

Tener el privilegio de trabajar durante más de 25 años con algunos de nuestros colaboradores los convierte en parte de nuestra familia y eso significa cuidarlos, quererlos e invitarlos todos los días a hacer las cosas con los valores con los que hemos forjado esta gran empresa.

Hay algo que me llena el corazón de orgullo y alegría es ver a sus hijos llevar en sus vidas los valores que tuvimos el privilegio de mostrar e inculcar a sus padres. En esos momentos me doy cuenta de que en aquello que siembras con amor, con determinación y con ejemplo las raíces se vuelven fuertes y pueden soportar a las siguientes generaciones.

Para mí los negocios no pueden ir separados de quienes somos como personas, son una extensión de nuestra vida. Quien tenga educación tratará con educación, quien sea empático tendrá la capacidad de mirar a los ojos a quien tenga frente sabiendo que no debe hacerle no lo que no le gustaría que le hicieran a él, quien tenga valores sabré que es siempre más difícil conducirse con ellos que sin ellos, pero que al final del camino la recompensa será enorme y con una satisfacción invaluable.

Mi hermano mayor -a quien admiro y adoro- ha sido uno de esos ejemplos maravillosos que son y serán parte de mi vida. Nació en Rumania y llegó a México cuando tenía tres años. Entregaba pasteles con mi papá en camiones y mientras estudiaba siempre ayudaba en la pastelería. Apenas terminó su licenciatura estudió dos maestrías y no fue sino hasta dos meses antes de casarse que dejó de entregar íntegro su sueldo a mi padre para ayudarle con los gastos de la casa. Si esa raíz no es un roble que sostiene mi memoria entonces, nada lo es.

Ese es uno de los grandes ejemplos de vida y créanme, cuando entendamos que lo que hagamos con nuestras familias y nuestra gente tiene repercusiones en nuestras vidas y nuestros negocios es que podremos dejar una huella imborrable.

Alguna vez leí sobre la Madre Teresa de Calcuta, aquí les dejo algunos fragmentos maravillosos:

Cuando pensabas que no te veía, te vi pegar mi primer dibujo al refrigerador, e inmediatamente quise pintar otro.

Cuando pensabas que no te veía, te vi arreglar y disponer de todo en nuestra casa para que fuese agradable vivir, pendiente de detalles, y entendí que las pequeñas cosas son las cosas especiales de la vida.

Cuando pensabas que no te veía, te vi preocuparte por tus amigos sanos y enfermos y aprendí que todos debemos ayudarnos y cuidarnos unos a otros.

Cuando pensabas que no te veía, te vi dar tu tiempo y dinero para ayudar a personas que no tienen nada y aprendí que aquellos que tienen algo deben compartirlo con quienes no lo tienen.

Cuando pensabas que no te veía, te vi atender la casa y a todos los que vivimos en ella y aprendí a cuidar lo que se nos da.

Cuando pensabas que no te veía, vi como cumplías con tus responsabilidades aun cuando no te sentías bien, y aprendí que debo ser responsable cuando crezca.

Cuando pensabas que no te veía, vi lágrimas salir de tus ojos y aprendí que algunas veces las cosas duelen, y que está bien llorar.

Cuando pensabas que no te veía, vi que te importaba y quise ser todo lo que puedo llegar a ser.

Cuando pensabas que no te veía, aprendí casi todas las lecciones de la vida que necesitas saber para ser una persona buena y productiva cuando crezca.

Cuando pensabas que no te veía, te vi y quise decir: ¡Gracias por todas las cosas que vi, cuando pensabas que no te veía!

El ejemplo será siempre el mejor consejo que podamos darle a nuestros colaboradores e hijos, habla más que mil palabras, es más fuerte que el hierro y permanecerá a lo largo de las generaciones.


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