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Por: Enrique Presburger Cherem

CEO de FACTOR EXPRÉS SOFOM

PRESIDENTE NACIONAL ASOFOM

“Los árboles más fuertes son aquellos que tienen raíces firmes.”

Me llamo Enrique, nombre sin duda vinculado intrínsecamente al idioma español. Hoy en día mi hijo y mi esposa son mexicanos de nacimiento, y formamos una familia que habita en la CDMX, territorio donde nací, crecí, me casé y construí mi hogar. México es también el lugar donde adquirí mis estudios académicos de licenciatura, maestría y doctorado, y desde donde he publicado más de cuatro libros relacionados con temas económicos latinoamericanos. Aún más, esta tierra me permitió ser un emprendedor y fundar Factor Exprés, proyecto dedicado al financiamiento de PYMES en más de diez estados de la República, y que se sitúa como una de las financieras no bancarias más importantes del país. De igual manera, México me ha ofrecido sus parques nacionales y carreteras para practicar bicicleta de montaña y de ruta, dos de mis pasatiempos favoritos, y sus pueblos mágicos, donde he pasado algunos de los momentos más significativos y de mayor alegría en mi vida. Sin duda soy y me siento mexicano, y siento un enorme privilegio y cariño por estas tierras que me han dado todo para gozar de una vida plena.

Sobre todo, estoy consciente de que haber echado raíces en este país fue el hecho que salvó la vida de mi familia.

Hace apenas 3 generaciones, México estaba muy lejos del radar familiar. Siendo honestos, ni siquiera el continente americano se asomaba como un territorio alcanzable. La antesala de la segunda guerra mundial traería a mi bisabuelo paterno a tierras aztecas desde Varsovia, Polonia; mientras que el antisemitismo en Alepo, Siria, haría lo propio con mi bisabuelo materno. Siendo así, contextos de conflicto y violencia en torno al judaísmo en lugares distintos del mundo harían coincidir a mis ascendentes en el hermoso puerto de Veracruz.

Isaac Presburger, mi bisabuelo paterno, fue quien llegó primero a México a principios de los años 40, después de pasar varias semanas en barco cruzando el atlántico y siendo rechazado por autoridades canadienses y estadounidenses. México tenía -a diferencia de las naciones anteriores- las puertas abiertas (siempre las ha tenido).

Isaac se topó con un México posrevolucionario todavía, sin hablar español y con los bolsillos vacíos. No obstante, tuvo la brillante idea de atraer a su futura esposa, Bela, mandando una carta a Polonia donde hacía mención de su “gran fortuna” en tierras mexicanas. Vaya sorpresa que se llevó mi bisabuela al ver que Isaac no tenía trabajo y alquilaba un cuarto de servicio en el centro histórico del llamado Distrito Federal. Sin embargo, dicha “mentirijilla blanca” los convertiría en los únicos sobrevivientes de sus respectivas familias, pues sus padres, hermanos, tíos y primos (al lado de otros 6 millones de judíos) serían asesinados en las cámaras de gas ubicadas en los campos de exterminio de Auschwiz y Treblinka, y sus cenizas dispersas para desvanecerse en el aire sin rastro ni entierro.

Isaac así renacía en tierras mexicanas, perdiendo todo vínculo con su pasado en tierras europeas. No tendría mucha suerte en los diferentes negocios que emprendió en México: La pesca de Ostras en La Paz, que dejó de ser negocio al enfrentarse a la producción japonesa industrializada de perlas; la venta de relojes por cambaceo en Monterrey, que sucumbió al sufrir un robo de inventario; la fabricación de muebles en Puebla, que concluyó el día en que se quemó la fábrica; y finalmente la venta de joyería de fantasía en la Ciudad de México, que dio lo suficiente para sobrevivir el resto de sus días. Isaac logró formar una familia de cuatro hijos que serían criados como ciudadanos mexicanos, dentro de los cuales se encontraba mi abuelo, que eventualmente también se casaría dando paso al nacimiento de mi padre.

Por su parte, mi bisabuelo materno Yom Tov Cherem llegaría desde Siria a México en los años 50. El motivo era simple pero contundente: Los judíos de dicho país estaban siendo asesinados por sus vecinos en ataques súbitos y violentos dentro de sus colonias y domicilios particulares. Yom Tov fue enviado por su padre a México el día que un amigo de la familia apareció muerto en la calle víctima de 20 puñaladas perpetradas por tres atacantes. El joven sirio Yom Tov Cherem sería enviado a probar suerte en un nuevo continente, cobijado por una comunidad judía naciente y floreciente que ya tenía su primera sinagoga en la calle de Justo Sierra, y que comenzaba a habitar algunos barrios específicos de la colonia Roma. La comunidad enviaba dinero a Siria para que los judíos pudieran escapar en camiones de ganado y caminatas nocturnas por el desierto. En misiones relacionadas con el rescate de judíos, llegarían en barco varias mujeres jóvenes que desembarcaban vestidas de novia, literalmente, para ser elegidas en el preciso momento de su descenso a puerto por los varones que se encontraban en México desde hacía algunos meses. Fue así como Yom Tov conoció y se casó con mi bisabuela Tera, quien a su vez provenía de una familia que había escapado de tierras italianas por el acecho del fascismo.

Los Cherem conocían el oficio de los textiles practicado en tierras de Medio Oriente. Fue así que, después de varios intentos fallidos, lograron especializarse en la fabricación de pantalones de vestir en un México que crecía y se fortalecía económicamente. Mi bisabuelo enseñó a mi abuelo, su hijo ya nacido en México y próximo a casarse, el oficio de la maquila con sus propias manos, innovando en aquel momento en moda y maquinaria. Mi madre nació algunos años después.

Mis papás se casaron en sus 20’s desafiando varios estándares de la comunidad judía de ese momento. Esto dado que mi padre tenía ascendencia europea, mientras que mi mamá ubicaba sus raíces en tierras árabes. No se acostumbraba en ese momento mezclar orígenes étnicos, pues las comunidades eran muy celosas de preservar sus orígenes e identidades al haber visto amenazada su existencia. Afortunadamente para mí y para mis hermanos, mis padres persistieron en su lucha por estar juntos.

Las raíces que cuentan esta historia hoy me definen como ser humano. México es el enclave que une todos los hilos del relato, y que sirvió de suelo fértil para que el árbol creciera, se ramifican y diera frutos. Debo mi privilegio de haber podido estudiar y trabajar al sacrificio previo de mis ancestros, y a México, que les abrió las puertas de un territorio tolerante y lleno de oportunidades. Los Presburger de Polonia y los Cherem de Siria decidieron ser mexicanos por voluntad para continuar con su descendencia.

Hoy esta mexicanidad -que cumple cinco generaciones- nos explica, nos define y nos representa. Por nacimiento o elección, es la nacionalidad que nos permite ser y renacer. Llegamos como judíos, y nos quedamos como mexicanos. Hoy ambas identidades están arraigadas en nuestra formación, situación que implica una responsabilidad de agradecer la tierra que se pisa y dar lo mejor de uno mismo como ciudadano y como persona.

Los árboles más fuertes son aquellos que tienen raíces firmes.


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