Por: Claudia Isela Guzmán González
Presidenta Nacional
IDDECO
“Solo lo verdaderamente incondicional se volverá inmortal.”
Se abre una caja
Se abre un deseo, una ofrenda.
Mis ojos chispotean destellantes entre colores, un mágico contraste de rojos, verdes, con detalles de olivo en sombra que dan volumen y forma. ¡Borbotea el espíritu de la alegría!, en mi copa; un vívido púrpura, perfumes de viñedos soleados dispuestos que acompañan y provocan el ocurrir de una fiesta.
Desfile de sabores; aceitunas, pimientos, orégano, aceite, vinagre y queso. En mis manos se derrite una creación intrépida y escurridiza, fusión y concepción parida de las entrañas de un fuego incandescente que alberga un horno de piedra.
Escucho percusiones, latidos vivientes de la canción de fondo que se vuelve elemento de este momento, como si fuera parte de una musicalización sublime que proclama: “Solo le pido a Dios… Que la guerra no me sea indiferente” el instante se vuelve eterno, ante un alto necesario para gozar el discurrir de cada ingrediente integrante; tenue advertencia, de presencia que ha llegado para transcurrir, para ser dicha y gozo; para ser entrega, homenaje, ofrenda y vida.
Hilvano, en mi paladar la estampa, con los ojos cerrados extasiados, voy saciando mis apetitos nutriéndome de savia, sabia. Toco el fruto de la tierra y sus seres, el canto de sus latidos y el sonido de sus cantares… De su pan y su vino.
Este día termina, entre encuentro de amores y sublimes convicciones gentiles y absolutas… se abre una caja, entrega, homenaje, un deseo, ofrenda y vida…
¡Caramba! ¡Si supiera lo que la bendita pizza de La Napolitana que vino a traer a mi alma!…
Quiero empezar así, desde lo que ordinariamente puede ser cotidiano.
Parecería que para hablar de un legado debe exigirse una hazaña heroica basada en sangre, sudor y lágrimas, y pudiera ser que sí, que detrás de la trascendencia de la barrera del tiempo haya muchos pañuelos desechables de quienes ahora recordamos sus afanes. Sin embargo, tengo una profunda convicción; todo legado está inspirado en un deseo sin condicionantes que simplemente se puso en marcha, emanando motivaciones más allá de un deseo personal de permanecer en la historia “por siempre”.
La Napolitana (la pizzería de mi barrio) me motivó a escribir esto, e inspiró a plasmar en estas letras mi propia historia, porque en los tiempos pandémicos muchas empresas y pequeños comercios tuvieron que cerrar lamentablemente sus puertas, pero afortunadamente hay espíritus resilientes que nos muestran otras realidades…
Un día la cortina de un local estaba abierta y pronto vería a su propietario echando andar con un pequeño horno de metal sus primeras pizzas, el montaje del local aún no estaba concluido sin embargo, ya con su primer equipo, uniformados con sus playeras rojas y gorras “napolitanas” nos daban la bienvenida.
Entré al lugar y con mucho entusiasmo le dije:
“¡Felicidades! Necesitamos de muchas personas como ustedes, a seguir confiando para que la economía se mantenga y no se detenga. De verdad: ¡Gracias!”
Mis palabras estaban llenas de apreciación porque sé lo que nos ha exigido a las empresas para mantenernos, y lo que es transitar por el emprendimiento hasta consolidar la empresa, sé qué es vivir la incertidumbre y creo que esa es parte de la fórmula, aprender a vivir en sus vórtices, y ver en cada situación como la incesante constante de materializar las posibilidades que se abren ante ella.
Mientras iba acondicionando su local, observaba como su hijo, un joven de no más de 20 años sobre sus rodillas tenía su laptop, hacia los costeos y diseñaba el menú del lugar.
Al poco tiempo, el propietario había contratado la construcción de su horno de piedra, en algunas conversaciones informales entusiasmado me compartía: – “Ya verá cuando el horno esté terminado será una atracción, cada azulejo se ha colocado a mano, como la tradición marca, la pasta es herencia de chefs italianos con los que trabajé, conservé la receta secreta y pronto todos la disfrutarán”… y bien, su augurio fue cumplido, el inicio de las líneas de esta autora desean que cada persona lectora hayan disfrutado del éxtasis culinario de “la receta secreta”… Historias entramadas, años de tradición, alumbrando algo más que solo pasta y salsa de tomate, el legado de mujeres, hombres y juventudes que trasciende sutil por las líneas del espacio y tiempo, para ser motivo de historias y anhelos de vida, de una y de muchas vidas.
Luego entonces, ¿Cuál es la receta secreta de un legado? Particularmente creo que dar a luz y concebir, dar vida a través de nuestra vida… es la “receta secreta” un legado es el deseo incondicional de sacar todo deseo personal y amar lo que aún no nos es conocido, pero que invoca lo que hay “más allá”… alquimia pura, el secreto de la inmortalidad.
IDDECO. Así es nombrado el Instituto para el Desarrollo Democrático y la Competitividad, fue concebido después de que enviara una ponencia a una comunidad de especialidad en cultura política y democracia y que esta rechazara mi planteamiento. Lo plasmado en una propuesta denegada se convertiría en la Institución que hoy presido. Gracias a un “NO”, a un, “no es posible”, hoy estamos aquí; contando una historia diferente…
La propuesta de ponencia se convertiría en el planteamiento de mi trabajo de tesis de maestría, la que también defendí pues la comunidad académica también la consideraba improcedente. Mi fundamento señalaba que el sector empresarial debía involucrarse en la solución como agente de cambio hacia la construcción de ciudadanía, en la consolidación del sistema democrático y que este principio era factor de desarrollo y competitividad. Debía la empresa ser parte de un nuevo planteamiento de un cambio de paradigma: La empresa socialmente responsable también debe serlo desde la perspectiva democrática.
El planteamiento partía de una premisa simple: “ninguna empresa puede ser exitosa en sociedades que fracasan”. No mirar la relación entre empresa y democracia, es padecer de una miopía que evita observar que el desarrollo económico, político y social está íntimamente ligado al desarrollo de la cultura cívica pero, sobre todo, a la calidad de vida.
Había que ponerse unos nuevos lentes, enfocarse en una visión y ampliar la perspectiva. El IDDECO, planteaba y plantea ahora enfáticamente, que la buena administración es la “receta secreta” de la sustentabilidad, que la verdadera sustentabilidad no son medidas paliativas de maquillaje social, se trata de garantizar los recursos de esta y las futuras generaciones, y que esa buena administración debe ser pública y privada.
¡Este es IDDECO!, mi vida, mi motivo, mi creación, está lleno de todo mi aliento de vida, es lo que me motiva cada día. Nunca he pretendido ser el centro de ningún movimiento, ni el corazón de ninguna causa, por el contrario, mi corazón está puesto en esta causa, lo que me inspira a brindar mi vida a este propósito: Deseo que “deje de haber hambre”, me duele y mucho, porque sé qué es vivirla y ¡nadie, absolutamente nadie merece sentirla!
Creo en esta semilla y en el deseo que sembré en ella, deseo ver los frutos de una sociedad más equitativa, comprometida y responsable. Estamos en una nueva era la AC y DC y permítanme respetuosamente ocupar estos acrónimos, la era Antes de COVID y Después de COVID. Si no miramos lo que nos está enseñando esté invisible virus, seguirá mutando hasta que comprendamos lo que debemos transformar y es que, toda pequeña acción individual tendrá un impacto global, se trata de comprender que se nos está exigiendo evolucionar, ese es mi legado, y lo digo sin alarde, sino con responsabilidad, mi trabajo es sembrar… Solo sembrar…
Legado no es fruto, sino semilla eterna, potente; de inmensos bosques ilimitados. ¡Si tan solo supiéramos que estamos destinados a la inmortalidad! Entender que la inmortalidad se trata de continuidad, la respuesta a la búsqueda de toda alquimia y que estamos todos ¡tan íntimamente relacionados e interconectados!
Un legado no es algo extraordinario, pensar en la trascendencia personal, a través de una idea es un deseo egoísta de un carente yo… un legado es una sutil presencia ante el encuentro de una fuerza creadora incondicional, que nos permite estar en vida, en unidad, en presencia eterna, en A-Mor, no es romanticismo ¡es verbo!, etimología pura; origen de una palabra creadora: A (sin), Mor (muerte), Amor: “sin muerte”.
El legado es vivir continuamente nos permite la gracia de entregarnos por nuestras causas, vivas ardientes, vivientes, tal vez no estoicas, no estruendosas, sino que sutiles hechuras conscientes de creaciones fervientes y convicciones.
Mi invitación: “todos somos semillas de un legado, hagámonos conscientes”… no te detengas ante tu llamado, tal vez tu creación, sea un remanso de aliento y esperanza, tal vez un día llegue a tu casa un legado; y entonces sabrás que es más que una caja.
Se abre un deseo, entrega, ofrenda, homenaje y vida.