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Por: Claudia Sofía Corichi García

TITULAR DE LA UNIDAD DE ENLACE LEGISLATIVO Y RELACIONES INSTITUCIONALES

PRESIDENTA DEL COMITÉ DE IGUALDAD DE GÉNERO AUDITORÍA SUPERIOR DE LA FEDERACIÓN

“La perseverancia es la base de todas las acciones”

Lao-Tse, Tao Te King

Perseverancia y determinación son elementos indispensables de lo que coloquialmente llamamos constancia. La virtud de la constancia permite alcanzar metas, lograr nuestros propósitos. En lo personal, me gusta la frase de Michelle Obama:

“No hay magia para el logro. Realmente se trata de trabajo duro, decisiones y persistencia”.

Es decir, el único camino al éxito es el esfuerzo, las decisiones que tomamos y la constancia. Las mujeres y los hombres que emprenden negocios saben muy bien que ser constante en el trabajo, tarde o temprano, supera al talento, por más grande que éste sea. Sin un esfuerzo disciplinado y constante no se alcanza nada importante en los negocios, en el amor, en el estudio, en la profesión.

Sigmund Freud decía que el proceso civilizatorio inicia desde el “no”, lo que desarrolló en la humanidad la capacidad de controlar los impulsos y seguir las reglas que permiten alcanzar logros. La consecución de un propósito implica una restricción, un límite, una disciplina, es un “no” que libera y un “sí” a esfuerzos y propósitos concretos.

Aún los esfuerzos que no cristalizan —que algunos suelen llamar “fracasos” y a los que yo prefiero llamar “experiencias”— nos dan la oportunidad de hacer pausas, que bien podemos aprovechar para recuperar la visión, el ánimo y la voluntad para superar cualquier tipo de adversidad (aun las que provocamos nosotros mismos). La constancia es la fuerza “invisible” que hace que el caído se levante de nuevo.

Hay otros tipos de “no”. Unos vienen de personas que se rindieron al primer obstáculo (“no, es muy difícil”), o de aquellos que son demasiado conservadores (“no, es muy arriesgado”), o de quienes con amor quieren protegernos (“no, es peligroso”). Es útil escucharlos, pero debe ser siempre nuestro fuero interno quien nos diga qué decidir, cómo y hasta dónde llegar.

El ejemplo de Thomás Alva Edison (1847-1931) —que algunos señalan es de origen mexicano— es revelador: fue expulsado de la escuela por retraso cuando sólo llevaba en ella tres meses, se convirtió en vendedor de periódicos y después de trabajar como telegrafista en la Guerra Civil, comenzó a inventar cosas. Con el importe de la venta de uno de sus primeros inventos, financió la construcción de un laboratorio de investigación en New Jersey que sería el primero de su género. Desarrolló más de mil patentes, el micrófono de carbono, el gramógrafo, la lámpara de luz incandescente, la válvula eléctrica y diseñó la primera instalación de distribución de electricidad y la primera central eléctrica de energía de Nueva York.

Otro ejemplo, es el del empresario mexicano más significativo del siglo XX, Lorenzo Servitje Sendra (1918-2017). A sus dieciocho años fallece su padre por lo que se involucró de lleno en el negocio familiar, la Panadería “El Molino”, hasta llegar a convertirse en el gerente. Con el paso del tiempo, con una visión clara, una enorme constancia y disciplina, logró fundar —con sus socios— Grupo Industrial Bimbo, que hoy es la Panadería más grande del mundo, con producción y ventas en cuatro continentes.

También las mujeres que rompieron paradigmas en el mundo lo hicieron con constancia, insistencia y “necedad” frente a un mundo masculino. Sor Juana Inés de la Cruz. Marie Curie, Amelia Earhart, Rosa Parks, Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, las hermanas Mirabal, Frida Kalho, Dolores Ibárruri y miles que abrieron brecha, lo hicieron posible gracias a su persistencia.

Considero que hay que aprovechar cada espacio y oportunidad — en el sector social, privado y público — para dejar testimonio a través de nuestro trabajo y sembrar una semilla de las causas en las que uno cree. En eso, mi madre ha sido para mí (y me atrevería a decir que para otros también) un gran ejemplo de constancia, congruencia y éxito. Con ella aprendí que las caídas, los desencantos, los malos momentos pueden ayudar a reinventarnos, aunque las cicatrices las llevemos siempre bajo la blusa.

La constancia me ha permitido ser funcionaria pública, Senadora de la República, formar una consultoría, ser Diputada Federal y ahora a desempeñarme en una de las instituciones más notables del país: la Auditoría Superior de la Federación. Los temas internacionales y de derechos humanos forman parte de mis pasiones. Me especialicé en comunicación política, perspectiva de género y fortalecimiento de la democracia a través de procesos de transparencia, rendición de cuentas y anticorrupción. He continuado especializándome más porque creo que puedo seguir mejorando y aportando.

Sin embargo, no siempre me sentí así. Hace unos años estaba convencida de que debía renunciar a mi vida privada para continuar con mi agenda profesional y alcanzar posiciones importantes de toma de decisiones en el país. Me dedicaba a trabajar y tomaba cada oportunidad a mi alcance. Pensé que era un sacrificio que debía hacer para lograr el éxito y el reconocimiento profesional. No quería tener que elegir entre la familia o el trabajo, sin embargo, ya lo había hecho (opté por el trabajo) y eso me generó un fuerte sentimiento de culpa.

La sociedad actual da por sentado que el cuidado de los otros depende exclusivamente de las mujeres, quienes hacemos tres veces más trabajo de cuidado no remunerado que los hombres. Se estigmatiza a las mujeres que alcanzan el éxito “a costa de su familia”, como si ser mujer y desarrollarse profesionalmente implicara “sacrificar a otros”, en lugar de aportar y ser una razón de orgullo.

Era muy joven cuando me inicié en el servicio público y después busqué ser Senadora. Sabía que tenía la capacidad y que podía lograrlo, pero no fue sencillo (los “no” me persiguieron). A pesar de los prejuicios por mi edad y género nunca me rendí. Al contrario, esas dificultades me motivaron a dedicarme con pasión. Lo logré, dejé todo en la línea, y también cometí errores. Poco antes de concluir el mandato en el Senado, vino un gran acierto personal, decidí casarme con un hombre que ha aportado mucho a mi vida y dejar fluir las cosas.

Después llegó una derrota política, cuando no conseguí la Diputación Federal por la que había trabajado. Quizá no lo reconocí al instante, pero esta etapa trajo grandes cambios positivos en mi vida. Abrí mi consultoría, cursé la maestría en la George Washington University, estudié una especialidad en FLACSO y tenía un programa: Pulso Fórmula en Grupo Fórmula y sobre todo vencí mis propios miedos y llegó a mi vida mi hijo Máximo. Se hizo la luz. Me di cuenta de que mucho podía transformarme. Podía trabajar, estudiar y ser madre. Ya no había sentimiento de culpa. Gané mucho, perdiendo.

Para las siguientes elecciones, fui Diputada Federal, encomienda en la que propuse cambios a través de diversas iniciativas. Trabajé durante mi segundo embarazo hasta el último momento sin faltar a mis deberes. Aprendí a exigirme más y a valorar el tiempo de calidad. Mi hija, Amy, era llamada cariñosamente por los compañeros “la diputadita” porque no salía de la Cámara de Diputados. La amamanté tres años como una decisión personal de amor y salud, pero también como un acto de constancia, aunque no siempre fue fácil.

La vida no es una línea recta. Los éxitos y fracasos, e incluso el estancamiento son parte de todo, pero siempre habrá manera de reinventarse y seguir adelante. Como dicen por ahí, si no te arriesgas hoy, mañana encontrarás otra excusa para no hacerlo.

Finalmente, quiero enfatizar que en México prevalecen condiciones de dominación, discriminación, violencia y desigualdad para nosotras las mujeres, jóvenes y niñas, a pesar de los avances normativos producto de las manifestaciones y movimientos sociales constantes a lo largo de la historia, en la lucha emprendida para alcanzar el reconocimiento de los derechos de la mujer en igualdad de condiciones.

Es importante continuar rompiendo, con constancia, techos de cristal (que a veces parecen de acero) que dificultan nuestro acceso, el sector público y privado, a los puestos de la alta dirección y que impiden cerrar las brechas salariales existentes.

Es preciso generar sinergias incluyentes que logren el reconocimiento normativo y social de nuestros derechos, ya que aún quedan importantes disparidades por subsanar: necesitamos ver a más mujeres fundando y dirigiendo empresas y organismos de representación empresarial, me consta, pues las conozco, que hay empresarias que, con mucha constancia, participan activamente en los organismos, nos urge verlas a la cabeza de los mismos y de otros ámbitos de la sociedad, hasta alcanzar en la vida cotidiana la igualdad sustantiva.

Para lo anterior y llena de esperanza, suscribo lo que dice uno de mis cineastas favoritos, Woody Allen:

“El 90% del éxito se basa, simplemente, en insistir”.


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