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Por: Alberto Dana Missrie

DIRECTOR GENERAL

CONCEPTO TALLER DE ARQUITECTURA

“Una vida creativa es una cuestión riesgosa. Seguir el propio curso, no trazado por los padres, por nuestros pares o por las instituciones, implica un delicado equilibrio de tradición y libertad personal, un delicado equilibrio de ser fiel a uno mismo y permanecer abierto al cambio.”

– Stephen Nachmanovitch

Hablar de constancia para mí implica muchas cosas. Refiere a la disciplina y la perseverancia de despertarse todos los días a trabajar rumbo a esa visión que tenemos en la mente. Pero también conlleva a esa voluntad todos los días. Voluntad refiriéndonos a nuestro libre albedrío, a nuestro gran poder de decisión diaria por mantenernos constantemente fieles a nuestras creencias, determinaciones y pasiones.

En mis años como empresario, me he dado cuenta de que se necesitas de 2 ingredientes primordiales para el éxito: constancia y pasión. Cuando empecé mi carrera profesional, lo hice con una visión clara del destino que quería llegar, hacer lo necesario para desarrollar mi proyecto. La realidad es que esta disposición tan abierta, tan segura, tan aventada, me ha dado unas recompensas enormes, pero también me ha regalado mis buenos golpes a lo largo de los años.

Al iniciar el despacho, me di cuenta que he dicho que sí a proyectos que han sido trascendentales para mi crecimiento y el de mi empresa. Le he abierto las puertas a la integración de nuevos talentos a mi equipo cuyas aportaciones han sido valiosísimas, y con ello han llegado grandes aciertos que me han llevado hasta donde estoy. Con esa apertura y esa hambre de crecer, también he llevado a cabo decisiones que no eran tan convenientes desde un principio, a situaciones que por no quedar mal seguí adelante con ellas ignorando mi intuición, a propuestas que se escuchaban mal desde un inicio y terminaron tan mal como empezaron.

Me encontré en situaciones con personas con las que los acuerdos que teníamos no me hacían sentir del todo cómodo, a clientes que no terminaron por cumplir con su parte del trato, a proyectos que resultaron más retadores y que significaron muchos sacrificios, tanto míos como de mi equipo.

La realidad es que por cada sí que he dudado desde lo profundo de mí, esas decisiones que he tomado con poca comodidad y sintiendo contradicción, a la mera hora resultan ser una carga que me destantea, me conflictúa, y me acaba costando más de lo que hubiera costado decir que no. Al final, aunque le haya dedicado tiempo, desarrollado hábitos e invertido esfuerzo a aquellas decisiones que no van del todo conmigo, resultan inútiles y contraproducentes. Pero claro, esto tan solo lo he aprendido con la experiencia. Y con los años, he encontrado el grandioso valor de decir qué no, y no solo en la vida profesional, sino también en la personal.

Aprender a decir que no ha sido uno de los grandes retos de mi carrera. Negar proyectos que tenían una pinta ambiciosa, clientes que parecían ser lucrativos o incluso a consejos me ha costado un enorme trabajo, no ha sido cosa fácil. Ha implicado exponerme a una contradicción: tomar los retos necesarios para levantar y llevar a buen puerto mi empresa, pero a su vez dejar pasar oportunidades que parecieran ideales para acercarme a ese objetivo, pero que dentro de mí se han sentido incompletas y que no me cuadran del todo. Tengo una anécdota para ponerle más cuerpo a esto que quiero plasmar. Tenía en mente hacer un viaje específicamente para escalar una montaña. Es de esas montañas que son difíciles de llegar a la meta, en la cual hasta te juegas el pellejo al hacerlo.

Me organicé con mis primos y fuimos. Debo admitir que uno de mis mayores temores son las alturas. Sin embargo, estando ahí, tomamos el camino hacia arriba. Estábamos a bastantes metros de altura, y quedaba subir la parte más peligrosa: una parte pequeña pero de una angostura e inestabilidad que visualmente te ponía a rezar. No se sentía bien, al menos no para mí.

Mientras nos acercábamos, más iba pensando en el riesgo que estaba tomado y en lo poco confiado en mí mismo que estaba. A su vez, pensaba en qué estaba con mis primos, y con otros idealistas desconocidos en esta misma aventura. En mi cabeza me venían pensamientos reflexivos, sobre el gran deseo de tomarme esa foto estando en la cima, y a su vez no podía dejar de escuchar mi voz interior que me decía “hasta aquí está bien.” ¿Qué tiene que ver todo esto con el camino al éxito de un empresario? Esta es una historia en la me gustaría contar que el impulso de estar acompañado y la sed de cumplir el reto establecido fueron suficientes para darme el empujón que necesitaba para acabar mi objetivo. Pero la realidad es que cuando llegó el momento de cruzar la línea para empezar el último tramo, alcé la voz y dije: “yo no voy”. Lo sentí y lo dije.

Mis primos intentaron convencerme por un momento, pero me vieron tan decidido que no sabían qué decir para hacerme cambiar de opinión. Ellos siguieron. Lo que pasó dentro de mí, cuando vi que partieron fue una de las satisfacciones más profundas que he sentido. Dije que “no”. Este implicó un tremendo esfuerzo interior de escucharme a mí mismo y reconocer mis límites, así como también reconocer mi esfuerzo de que había llegado muy lejos y que podía terminar mi camino ahí mismo.

Esta experiencia, que pasó en el campo personal, me abrió los ojos sobre la importancia de llevar mis decisiones a ser constantes con mi espíritu, en todos los aspectos de mi vida. Me recordó de aquellos aprendizajes que he tenido por haber hecho proyectos a los que les dije que sí sin estar convencido, que al final, al terminarlos no me quede con una buena sensación, me quedaba la conclusión de que me hubiera escuchado y sido constante conmigo mismo y en lo que creo. Y aunque claro que el aprendizaje y el crecimiento existe cuando la hemos regado, nos resulta en autoconocimiento y nos da definición sobre cómo lo haríamos distinto si volviéramos a tener la oportunidad frente a nosotros. También me hizo incluso entender la magnitud y valor de mis decisiones, como cuando elegí emprender mi propio negocio, que significaba tomar un giro distinto al negocio familiar el cual siempre pareció el camino adecuado y seguro por seguir.

A lo largo de mi carrera profesional me he enfocado todos los días en recibir retroalimentación y aceptarla como un camino para enfrentarme a mí mismo, aprender y crecer. Me he enfocado en dar retroalimentación para ayudar a hacer crecer a mi gente. Me he dedicado a elegir a gente que es mejor que yo para trabajar juntos y sacar lo mejor de nosotros. He buscado dar reconocimiento diario a las personas por sus esfuerzos, y también a dármelo cuando he logrado una misión relevante durante el día. Todos los días escucho a mis colegas y a mis amigos para empujarlos a seguir adelante, pero también para hacerles ver las cosas que van en contra de ellos mismos y sus creencias.

Hoy me doy cuenta de que sea la meta que sea, esta meta tiene que ser mía, y tiene que ser una que se ajuste a mis requerimientos, deseos, límites y principios. Ese instante en la montaña, me entregó la gran lección de que debo tener el compromiso de ser constante conmigo mismo, con mi historia y con el hombre que me he convertido. Es con esta constante línea de pensamiento que cuando me comprometo a un proyecto, a un cliente, a una relación es porque está en sincronía con mis más profundos valores. Y así empezar algo, recorrerlo y terminarlo, se desencadena sin problema. Para mí ahí, en esa constancia de seguir mi ritmo, está la gran satisfacción y mi realización personal y profesional.

El poder decir que no a una montaña, a un proyecto, a un colega o a un cliente porque no va con lo que uno quiere, implica la necesidad de ser constantes a nosotros mismos y a seguir nuestra pasión a toda costa. La constancia es decisión que traspasa cuerpo y alma, y la pasión es el motor que nos hace llegar a las últimas de las consecuencias para hacer lo mejor de nosotros, amar nuestros proyectos y comprometernos para entrar con todo y entregarlo todo.

He formado mi visión como líder en la búsqueda de ser constante conmigo mismo, una decisión que vuelvo a tomar todos los días en favor de darle más solidez a ese emprendedor ilusionado que soy, pero también a ese profesional con camino recorrido que me he convertido. He aprendido a adaptarme y a aceptar que no soy el mismo que era hace cinco años o hace diez, porque el contexto ha cambiado y he tenido que tomar decisiones que quizá jamás hubiera pensado antes. He tenido que concentrarme, en mantener mis principios y ser flexible a distintas circunstancias.

He formado mi carácter diciendo que no, dejando atrás las expectativas que antes me importaba cumplir y entregándome cuentas de forma constante solo a mí donde solo yo tengo la última palabra de aprobación.

Me doy cuenta que esa frase de “hacer lo necesario para desarrollar mi proyecto haciendo lo que se tenga que hacer para lograrlo”, no está escrita en piedra. Esta necesidad de constancia, tanto en mi vida personal como en la profesional me ha permitido evolucionar, ser congruente con mis principios y dedicado a mis aspiraciones. Con esta certeza me atrevo a escuchar mi propia voz todos los días: “hacer lo necesario para desarrollar mi proyecto siempre que yo lo sienta bien al hacerlo.”


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