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Por: Claudia E. de Buen Unna

Socia de Bufete de Buen, S.C.

Presidenta de la Barra Mexicana Colegio de Abogados.

BUFETE DE BUEN

“Las mujeres seguimos superando obstáculos y barreras, para alcanzar los niveles más altos que, de forma usual, han sido reservados para los hombres.”

Como persona me rijo por los principios que me fueron inculcados en el seno del hogar. Soy producto de una familia bicultural, lo que le ha dado mucha riqueza a mi existencia: padre español, madre mexicana, potosina. El ateo, ella católica. El republicano, exiliado en México por la guerra civil, abogado de mucho prestigio; ella conservadora, trabajadora, estudiosa de todo lo que le llamaba la atención; ambos amantes de la lectura, de la naturaleza, de la familia, de viajar; coincidentes en esencia. Los siete hermanos aprendimos mucho de Néstor y Leonor, y nos rigen sus enseñanzas. Decidimos con toda libertad nuestra religión, nuestra profesión, nuestras ideas políticas, y siempre contamos con su apoyo y soporte.

Los valores y principios inculcados en mi familia son, entre otros, el respeto, la libertad, la justicia, la lealtad, el compromiso, la verdad, la honestidad, la igualdad, y la no discriminación, los que día a día pusimos en práctica.

Trabajé con mi padre muchos años, aprendí mucho de él como jurista, pero sobre todo como ser humano. Él conformó Bufete de Buen, S.C., que hoy en día se considera como uno de los más reconocidos despachos jurídicos, en el que la honestidad, el trabajo, la responsabilidad y la congruencia han sido sus principios fundamentales. Me enseñó que la abogacía es una de las más bellas y más complejas profesiones, que se rige por valores y principios que se identifican en todas sus ramas, y que norman su ejercicio. Estos no son negociables.

Ingresé a la Barra Mexicana Colegio de Abogados (BMA) hace veintiséis años, la que ahora presido, siendo la primera mujer que lo hace en sus noventa y nueve años de existencia.

Mi llegada a la presidencia de la BMA ha generado reacciones de diversa índole, en su mayoría muy positivas, pero las negativas no se han dejado de ver. Me quedo con las primeras y superar las segundas. Me fortalecen ambas.

Mi designación, producto de un proceso democrático, sorprendió a la abogacía de México y del mundo. Muchos la aplaudieron, la mayoría. Algunos otros la consideraron inoportuna y la rechazan. Tengo claro que se trata de un proceso histórico necesario, de largo plazo; un cambio neurobiológico, que tardará muchos años en asimilarse.

Por supuesto que existen resistencias fuertes y violentas en algunos casos, y en otros discretas pero contundentes. Entonces, ¿qué razones hay detrás de mi decisión? ¿Para qué conflictuar mi vida con una posición que me genera incomodidades y ataques que, de otra manera no recibiría?

Fui educada para luchar por lo que quiero, y para mí, la falta de oportunidades de las mujeres para desarrollarnos fue una inspiración para trabajar en revertirlo, y la llegada a la presidencia de un colegio masculinizado, fue el camino que se me presentó.

Confieso que tardé años en darme cuenta de que las mujeres somos discriminadas, probablemente mi situación -siempre cómoda- me impidió verlo, pero la vida me fue colocando en diversos espacios para reconocer que la brecha de género es enorme y que tardaremos muchas décadas en cerrarla. Yo misma he sido víctima en mayor o menor grado de discriminación. La sociedad se concibe como patriarcal, y las mujeres desempeñamos un rol de género que nos cierra muchas puertas, aunque no lo percibamos o lo consideremos parte de la idiosincrasia.

Así pues, los valores que me fueron inculcados, la igualdad, la libertad, la honestidad, la congruencia, perseverancia, me han definido en mi vida profesional y personal. La defensa del género femenino, paralelamente a desempeñar mi trabajo y mi vida familiar, ha sido una meta.

Simplemente soy consciente de que las mujeres debemos de ocupar cada día más espacios,y por ello no debemos detenernos ante los obstáculos o las barreras invisibles a la que no exponemos en nuestra vida laboral, académica, gremial, para alcanzar los niveles más altos que, de forma usual, han sido reservados para los hombres.

Es claro que, con el paso de los años, los seres humanos evolucionamos: va cambiando la forma de pensar, de actuar, de relacionarnos; los avances tecnológicos y científicos dan lugar a nuevas formas de trabajo, han ido moldeando la conducta humana al materialismo, y nuestros valores se han movido de lo humano a lo material de una manera importante, de la que no nos podemos sustraer. Sin embargo, y a pesar de la evolución del derecho, las normas supremas de la conducta de los abogados y abogadas persisten en el tiempo; ni son flexibles ni son maleables. Podrán modificarse en especiales circunstancias, como en el caso de la despenalización del aborto o la reasignación de concordancia sexo-genérica, es decir, se van abriendo espacios de tolerancia y aceptación, conforme la humanidad evoluciona.

En la BMA nos regimos por diversos principios plasmados en el Código de Ética y de los que se desprenden valores que se vuelven deberes de conducta que todo abogado debe asumir, tanto con respecto a los clientes, autoridades y sociedad, pero se debe de partir necesariamente del reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres, tal y como lo prescribe nuestra Constitución, aunado a compromiso celebrado con ONU Mujeres, por el que asumimos usar un lenguaje de género, incluir un porcentaje de mujeres en los cargos, e incluir a mujeres en los paneles de análisis jurídicos. No ha sido tarea fácil.

Por otro lado, es nuestro deber, como abogados pero sobre todo como personas, respetar los derechos de los demás. No obstante, nuestra profesión es corruptible, incluso más que otras, porque alrededor de la abogacía están en juego muchos valores, tanto sustanciales como materiales; intervienen sentimientos, patrimonios, posiciones a veces, lo cual hace que sea una actividad muy vulnerable. Mis colegas constantemente se olvidan de los principios éticos y privilegian un jugoso honorario sobre su propio honor además afectan a terceros de manera inhumana.

La abogacía tiene una triste fama, que nos conceptualiza como un mal necesario. Muchos colegas, carentes de principios, han hecho de nuestra profesión, una de las menos respetadas. La dignificación de la abogacía es necesaria, es urgente, y para ello la colegiación obligatoria es indispensable, para que todas y todos los abogados nos apeguemos a un código de ética, con serias consecuencias en caso de violación a sus principios.

La finalidad es que, algún día podamos tener un control ético de la profesión, y que sea obligatoria la colegiación, o por lo menos la certificación y conello, la abogacía reconocerá, como fines supremos de nuestra profesión, los siguientes principios, que encontramos plasmados en el código de ética de la Barra Mexicana Colegio de Abogados, que deben extenderse a nuestros despachos, y de los que se desprende que nuestra actuación debe de ser con:

DILIGENCIA, mostrando disposición de hacer con prontitud e interés, conocimiento y pericia, las cosas que se tienen que hacer;

PROBIDAD, desplegando una conducta guiada por el convencimiento de hallarse asistido de la razón, cumpliendo cabalmente con los deberes, sin incurrir en actuaciones abusivas o inmorales;

BUENA FE, ajustando su conducta al modelo de comportamiento admitido como socialmente correcto, bajo el convencimiento propio de que así debe ser;

LIBERTAD E INDEPENDENCIA, asumiendo con responsabilidad la decisión de actuar de una manera o de otra, o de no hacerlo, sosteniendo las opiniones propias y ejecutando los actos sin admitir intervención ajena en la decisión de llevarlos a cabo;

JUSTICIA, reconociendo la dignidad intrínseca de todos los individuos como sustento de los derechos, actuar en busca de su plena realización, coadyuvando en la obtención de lo que a cada uno corresponde en atención a las circunstancias del caso concreto, exigiendo la efectiva realización de los derechos de unos sin detrimento de los derechos de los demás, procurando evitar los conflictos o resolviéndolos con equidad;

LEALTAD, observando los propios deberes y contribuyendo a la salvaguarda de los intereses cuyo cuidado le sean confiados, haciendo uso de los medios legítimos, con independencia de los resultados;

HONRADEZ, siendo intachable en su actuar, sin acudir a medios impropios para obtener los resultados que podrían esperarse de su actuación;

DIGNIDAD, respetándose como individuo y como profesionista y exigiendo de los demás el respeto debido;

RESPETO, guardando las consideraciones debidas hacia los demás, hacia las instituciones y normas, sin incurrir en abuso.

Ese día llegará pronto, pero se requiere actuar con congruencia, ética y sobre todo con compromiso. Nuestra conducta personal y profesional debe de ser coincidente. Estamos a tiempo de luchar por la dignificación de la abogacía, pero también del ser humano. No debemos apartarnos de los principios y valores, ni en el desempeño de nuestro trabajo, ni mucho menos en nuestra vida diaria. Los problemas de México serían mucho menores si todos pusiéramos nuestro grano de arena y actuáramos con respeto a las normas jurídicas y a los principios morales.


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