Por: Amenoffis Acosta
VICEPRESIDENTE Y MIEMBRO DEL CONSEJO DIRECTIVO
COPARMEX MÉRIDA
Siempre crecí con las enseñanzas de los viejos en mi cabeza, ese refrán que decía mi abuelita, aquella frase que repetía mi abuelo, la recomendación recurrente de mi padre… Recuerdo crecer y escuchar recopilando frases, como un catálogo de recomendaciones. La gran mayoría de ellas las puse en el congelador por muchos años, como lo hacen muchos jóvenes, pensando que yo era mejor, que no necesitaba hacer caso, pero el peso del tiempo me fue enseñando que no se trataba de tener la razón, sino de alcanzar el éxito.
La reciprocidad es uno de los conceptos que más ha resonado en mi vida, esta noción de tener un equilibrio, un balance, en empatar de manera positiva aquello que doy con aquello que recibo, porque no es posible navegar por el mundo con la mirada del “gandalla” que quiere ganarlas todas y a todos siempre. Simplemente no se sostiene, tarde o temprano nos necesitamos los unos y los otros.
Aprendí con el tiempo que la primera aspiración de balance tiene que ver con dar y recibir, entrando en una dinámica donde todos ganan, pero luego entendí que el estándar ahí no acaba. Los españoles por ejemplo dicen “dar y tomar”, suena parecido pero no es lo mismo, en el primer caso el recibir es pasivo, yo estiro la mano y recibo, en el segundo en realidad estás tomando algo de alguien, responsablemente, y desde ese lugar es tu responsabilidad que sea lo correcto, sin desbordar el equilibrio. Piensa cuántas veces hemos tomado un poco más de lo que merecemos, en una relación, en un negocio y, cuando lo hacemos, probablemente nos salgamos con la nuestra temporalmente, pero eso inhabilita la posibilidad de repetir el intercambio perpetuamente, cuando la relación no está equilibrada, tarde o temprano colapsa.
Los alemanes sin embargo, van más allá, para ellos también es “dar y tomar” pero justo en ese orden, primero es dar, para luego tener derecho a tomar, no al revés, en esta mirada el orden de los factores sí altera el producto. La responsabilidad deviene en doble partida, primero debí haber entregado y luego mido cuánto tomo. Esto pone en la mesa la iniciativa, la propuesta, la prudencia, arrancas desde una posición constructiva demostrando y entregando lo que te toca, para luego estar en posición de reclamar o tomar lo que corresponde. ¿Te imaginas cuántas veces y cuántas cosas se resolverían si tú pones primero la prudencia? ¿Cuánto tiempo nos ahorraríamos si rompemos el patrón de esperar a que el otro dé el primer paso?
Sin embargo, el estándar puede seguir subiendo, el más alto que conozco lo aprendí en Yucatán, conversando con los ancianos Mayas, esos señores que saben mucho y que pocos aprovechan, para ellos el concepto tiene una triple partida, es: “dar, tomar y regresar”. La primera vez que me lo dijeron la matemática no me daba, mi mente rupestre pensaba que di uno, recibí uno, estamos a mano, sin embargo, sistémicamente eso no alcanza, porque diste y tomaste en un espacio dado, en un contexto, en un ecosistema, en una organización; y a ella también hay que regresarle. Es una manera más “ecológica” de ver al mundo. Tu das y tomas transaccionalmente en tu intercambio con alguien, pero hay que regresarle a la tierra o a la organización algo, porque ambos se sirvieron de ella para sostener su intercambio y probablemente seguirán necesitándolo.
Pensemos en un empresario o empresa cualquiera, entrega bienes y servicios y recibe un beneficio de sus clientes, aparentemente ahí la cosa está saldada, pero ¿Qué pasa con el ecosistema? ¿Qué pasa con la comunidad? ¿Qué pasa con el entorno? Si no volteamos a ver el tercer elemento correríamos el riesgo de ser sumamente irresponsables e ingratos.
Quizá eso es lo que a veces le pasa a México, que algunas personas hacen lo que hacen y deterioran el ambiente, y créame, no estoy hablando de ecología (solamente), se deteriora el ambiente de negocios, el entramado social, la economía nacional, el erario público, en fin, podemos dañar tantas cosas si no volteamos a ver el tercer elemento que se hace indispensable hacernos cargo.
Tengo la experiencia de tratar con muchos empresarios, y diferente a lo que muchos piensan, he aprendido a tenerles mucho respeto, es una profesión o forma de vida que merece casi un monumento, atraviesan por tantas vicisitudes y dificultades que mantenerse en pie (ya no digo ser exitoso) es casi heroico. Y sin embargo, aún no me he topado con uno que no le deba algo a alguien, en el buen sentido de la palabra. Su éxito fue producto de un empujón de un amigo, de un consejo de un mentor, de una ayuda de un colega, o de una confianza de un cliente. Y desde ese lugar ejercen su reciprocidad, aunque a veces el tema no es querer sino saber por dónde regresar lo que toca.
Quizá por razones como estas es que organizaciones como la Coparmex son indispensables, porque representan un mecanismo útil y eficiente para el empresariado pueda regresar un poco de lo que recibe. En Coparmex los empresarios encontramos un espacio para aportar nuestro tiempo, talento y recursos de manera eficaz y estratégica, para construir el México que anhelamos, el que queremos, el que todos merecemos.
¿Te ha pasado que te encuentras a ti mismo quejándote de lo que hace o no hace el gobierno? ¿Te ha pasado descubrirte discutiendo en la comida, en el café, en la junta sobre cómo las cosas deberían ser diferentes? Y si es así ¿Qué estás haciendo para que tu voz se escuche y pase algo? En ocasiones es fácil criticar o proponer, el reto padre es entrar en el terreno de los hechos para empujar que las cosas sucedan.
Dos principios complementarios a la reciprocidad he aprendido dentro de la Coparmex, la solidaridad y la subsidiaridad; el primero como fundamento de unidad de cualquier sociedad, donde estamos todos para uno y uno para todos (si, como los 3 mosqueteros) y el segundo, para reconocer que la sociedad está integrada por elementos desiguales en sus capacidades y necesidades, y por tanto, es necesario que a partir de las posibilidades de unos se remedien las carencias y limitaciones de otros, pero ayudando a pescar, no dando el pescado.
A lo largo de los años, la reciprocidad ha sido para mi un gran negocio. Doy, tomo y regreso y, lejos de que ahí quede, el círculo virtuoso se multiplica, y me permite seguir dando, tomando y regresando. A veces es un consejo, a veces es un negocio, en ocasiones raras pero maravillosas es un amigo. Lo que es claro es que la reciprocidad se multiplica, exponencialmente.
Hoy no solo creo en este principio tan básico, intento vivirlo y mantenerme coherente en las situaciones, me habilita en lugares y con personas porque se me podría considerar alguien justo, falible e indomable sin duda, pero con intenciones transparentes y relaciones duraderas.
Hoy hubiese querido escuchar más a los viejos, hubiese querido hacerles caso antes, mucho antes, y vuelco mi esperanza a que las generaciones que nos siguen sean mucho más inteligentes.