Por: Claudia Ávila Connelly
Directora General
ASOCIACIÓN MEXICANA DE PARQUES INDUSTRIALES PRIVADOS, A.C. (AMPIP)
“El éxito es el resultado de una mezcla balanceada de talento, propósito, actitud y fe”
El diccionario define fe como “Conjunto de creencias de una religión”. Todos desarrollamos un sistema de creencias a lo largo de nuestras vidas, cuyas raíces vienen de nuestras familias, escuelas y cultura de nuestros países.
De niña yo creía que Dios era como un policía en el cielo que me estaba vigilando todo el día para sorprenderme en algún error y castigarme. Trataba de “portarme bien”, ante el temor de ir al infierno por “mis pecados”. Pero qué equivocada estaba. Hoy conozco al Dios amoroso que me ha transformado en lo personal y lo laboral.
Como seguidora de Jesús, mi fe se basa en los preceptos de la Biblia, la cual describe “fe” como “la certeza de lo que se espera, la creencia de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
La fe está íntimamente relacionada con la integridad, entendiendo esta última como la actitud de llevar la misma vida en público y en privado. En otras palabras, ser la misma persona en casa, en el trabajo, a solas, en la escuela o en el vecindario.
El modelo de Jesús representa un elevado estándar de vida en integridad, el cual también tiene grandes retos, ante un mundo en donde la mentira y la corrupción parecen “normales”. De ahí que una de las pruebas determinantes de nuestra integridad sea guardar nuestros compromisos y promesas sin pretextos, honrando nuestra palabra.
En mi vida profesional, las enseñanzas de Jesús me han librado una y otra vez de la ansiedad, del temor y de la inseguridad. Por fe he creído en promesas de la Biblia cómo “dejar todas mis preocupaciones en manos de Dios, porque Él cuida de mí” (1a de Pedro 5:7).
Como parte de mi trabajo, en ocasiones me invitan a impartir conferencias y también organizamos eventos empresariales con un alto nivel de complejidad. Antes no podía dormir durante los días previos a cada evento, pensando en la lista de invitados, en los conferencistas o en lo que yo iba a exponer. Aun teniendo una mente estructura y estratégica, siempre estaba presente el temor de que algo saliera mal.
A partir de que sigo el modelo de Jesús, trato de no preocuparme por nada y orar por todo (Filipenses 4:6), viendo siempre lo positivo (Filipenses 4:8) y agradeciendo por lo que sí tengo, en vez de lamentarme por lo que me ha faltado (Efesios 5:20).
En una ocasión coordinaba un evento con la participación de 6 funcionarios de gobierno, con la incertidumbre que esto implica, dada la probabilidad de que cancelaran su participación de último momento, debido a sus complicadas e impredecibles agendas. Un día antes, yo estaba nerviosa y mi mente me decía que no llegarían a tiempo, y que todo el programa se iba a retrasar. Esa noche me aferré a la promesa en Proverbios 16:3 “Pon todo lo que hagas en manos del Señor, y tus planes tendrán éxito”, y logré conciliar el sueño.
Al otro día amanecí tranquila y confiando en todo el trabajo previo que habíamos hecho y en que Dios tiene el control. Al llegar al lugar del evento, comencé a ver que como por “arte de magia”, cada funcionario fue llegando puntualmente y sin prisas, logrando no solo iniciar sino también terminar justo a tiempo, quedando todos sorprendidos. Algo casi inédito. Desde luego que Dios no actúa solo. Cada uno de nosotros debemos hacer lo que nos corresponda, usando los talentos que Él mismo nos ha dado.
En los negocios, Jesús nos facilita la toma de decisiones en forma muy simple: actuar con justicia, en actitud humilde y de servicio (Efesios 4:2; Romanos 12:16). En este sentido, no se trata solo de ganar dinero o prestigio profesional, sino del impacto positivo que generemos en las personas que nos rodean. Por ejemplo, ¿cómo tratamos a nuestros colaboradores, qué salarios damos y qué jornadas laborales pedimos?
Tal vez esta forma de pensar o actuar nos puede crear una imagen de personas “religiosas o fanáticas”, y habrá gente que nos resista. No obstante, Jesús vino al mundo precisamente a librarnos de los legalismos, siendo él mismo un revolucionario que rompió las reglas, haciendo justicia. Hay varios ejemplos en el nuevo testamento. Uno de ellos es cuando Jesús cura a un paralítico en el día del reposo y es criticado por infringir la Ley (Juan 5:1-18).
Yo ahora pienso que la verdadera fe traspasa las barreras del “qué dirán”, confiando en que los caminos y planes de Dios en nuestras vidas, son los correctos. Pero la fe no surge de un día para otro. He aprendido que la fe se construye a través del hábito de dedicar cada día un tiempo con Dios, leyendo la Biblia, congregándonos y orando. Al final de cuentas, Dios nos da sabiduría si se la pedimos y confiamos en que así sea (Santiago 1:5). Es como tocar el piano; no lo logramos de inmediato, sino con constancia, disciplina y pasión.
En el liderazgo, Jesús nos llama a tener una misión y un propósito más allá de sí mismos, con metas claras y trabajo en equipo, (Lucas 9) haciendo el bien y pensando en los demás (Gálatas 6:9). Trabajar solo por trabajar sin un rumbo claro, seguramente nos llevará al fracaso. Recordemos cómo Jesús capacitó, instruyó y delegó una labor específica a cada uno de los apóstoles, con una misión clara: difundir su mensaje, es decir, el evangelio.
Jesús también nos enseña a no juzgar. Normalmente estamos acostumbrados a quejarnos de lo que sucede fuera de nuestras expectativas, y a criticar a los que no piensan o actúan como nosotros, sin hacernos un autoexamen (Mateo 7:1; Romanos 14:13).
En fin, hay muchos otros temas empresariales y de liderazgo que he aprendido de la Biblia, pero lo importante es compartir que para mí ha sido una experiencia muy gratificante, pues se ha convertido en una guía práctica en mi día a día, logrando por fe tener paz y certeza en todo lo que hago con mi familia, en casa, en el trabajo y en todos los ámbitos de mi vida.