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Por: Luis Wertman Zaslav

“Construir confianza debe ser la meta permanente de un líder”

Cualquier persona que tiene el privilegio de encabezar, por lo general lo hace en las condiciones más adversas. Pocos son líderes en tiempos de calma, simplemente porque la condición se define en medio de la adversidad, no al contrario.

“El éxito -decía Winston Churchill- es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo” y ese es el objetivo principal que persigue no solo un líder, sino aquellos que lo siguen y creen en él.

Creer, en alguien o en algo, es un acto simultáneo de fe y de confianza. Construir confianza debe ser la meta permanente de un líder y para serlo es indispensable ir más allá de lo que cualquier otra persona está dispuesta a hacerlo.

Eso demanda mucho esfuerzo, sacrificio, actitud y templanza, para absorber el rechazo o las fallas inherentes que ocurren en el proceso de lograr lo que deseamos. Es un camino, arduo, que requiere esa perseverancia que no es común, aunque puede ser para todas y todos.

Porque se trata de una ruta, tal vez la más importante en la vida de una persona, para hacer una diferencia y para dejar un legado que permita a otros tener mejores condiciones de vida y un recuerdo digno acerca de lo que hicimos por nuestro paso en este mundo.

Creo que la mayoría intentamos permanentemente mejorar, seguir adelante, proteger a los nuestros, con base en una idea firme de que, si nos esforzamos, estaremos bien y cada vez mejor. Sin embargo, encabezar es una tarea reservada para quienes despliegan la voluntad y el compromiso de ir al frente de un equipo, de un grupo, hasta de una sociedad, hacia la dirección correcta que es el beneficio común.

Por eso la posición de un líder siempre es solitaria. Visto desde fuera, es el lugar de mayor importancia porque solo permite la presencia de una persona, rodeada de otras igual de extraordinarias, pero solo hay un sitio. La clave es que quien sube al pico de la montaña está dispuesta y dispuesto a caminar a la vanguardia, a preocuparse por el resto, y atravesar las dificultades que presente cada reto.

Los corredores y los atletas de alto rendimiento en muchas disciplinas hablan en ocasiones de ese último tramo en el que el cuerpo y la mente les exigen darse por vencidos, detenerse en seco y así parar el dolor que implica tanto esfuerzo. Quienes pueden ignorar esos reclamos internos tienen muchas más posibilidades de ganar o mejorar su desempeño.

Lo mismo ocurre en cada aspecto de nuestra vida, ya sea profesional o personal. Si estamos dispuestos todos los días a pasar por el dolor, el trabajo, los problemas que significa recorrer esa última milla para obtener lo que buscamos, tendremos un sentido de vida. La pregunta que el líder responde todo el tiempo, y lo separa de los demás, es sí está dispuesto o no, a cruzar ese último tramo. Pero esa interrogante nos llega a todos en algún momento de nuestra existencia

¿Tú qué responderías o respondiste?

Ese es el primer paso para decidir si estamos dispuestos a dirigir a otras personas. No se trata solo de quién tiene más experiencia o conocimientos, es la elección de la persona adecuada con base en muchas otras cualidades.

Es posible que por eso nos cuesta tanto elegir a nuestros líderes. Buscamos personas que puedan lograr ciertas cosas, aunque no puedan alcanzar otras. Tomemos el ejemplo de los entrenadores de fútbol. Un medio tan competitivo, lleno de expectativas de los aficionados (y por lo tanto sociales), con esperanzas y frustraciones a flor de piel siempre, está constantemente hambriento de líderes que los llevan a la tierra prometida del campeonato. No hay tiempo que perder y cada partido cuenta para sumar los puntos o pasar a la siguiente ronda, por ello hay poco tiempo para la planeación y para la paciencia que significa madurar un plan que pueda medirse, mejorarse en cada evaluación, y con estrategias definidas.

Esa urgencia de triunfo instantáneo hace que ese tipo de dirigentes (los entrenadores) vivan bajo una presión enorme y sepan que, como dicen muchas veces con resignación, solo los respaldan sus resultados, no su trayectoria o su sabiduría sobre el juego. Aunque saben que no pueden controlar muchas variables de su profesión, siguen adelante e intentan una y otra vez, con diferentes equipos, alcanzar la copa de ese torneo. No más.

Lamento compartir que esa no es la última milla y que en el medio empresarial y en el sector público pasa exactamente lo mismo. Podría incluso afirmar que esa es una de las mejores maneras de caminar en círculos y aparentar que avanzamos. Basta con mirar a nuestro alrededor, o evaluar el desempeño de la mayoría de nuestros equipos favoritos, para darnos cuenta de que no es así.

Un verdadero líder tiene una visión, no exenta de sacrificio y de dudas, porque es una persona como cualquier de nosotros, solo que con una visión clara de a dónde va y la capacidad de compartirla con otros a tal grado que se vuelve la misión de todos los involucrados.

Tiene, además, un plan o al menos una idea de uno. Cuenta con el talento para desarrollar las estrategias necesarias, de medirlas en pasos consecutivos que nos acerquen a la meta final y ayuda -y de se deja ayudar- para mantener el mismo enfoque, aunque es flexible para innovar sin perder el rumbo.

A lo largo de la travesía es la persona más dispuesta al sacrificio y a la dedicación. Tratará de contagiar al grupo, pero es ella o él quien está dispuesto a llevar la empresa hasta las últimas consecuencias y a ponerse en riesgo si es necesario.

Más que un comportamiento de heroísmo, el líder sabe que haciendo mejores a los demás, lograr su cometido tiene mayores posibilidades de éxito. Puede estar solo en la cima, pero sabe que, sin un equipo, sea su familia o sus colegas de trabajo, es prácticamente imposible conseguirlo.

No obstante, debe infundir la confianza que demanda la meta y reflejar esa seguridad a pesar de cualquier contratiempo. Si en esta época fuéramos más pacientes, tal vez obtendremos mejores resultados de nuestros líderes o sabríamos identificar mejor a los auténticos de los que solo lo son en ciertas áreas y bajo ciertas circunstancias.

El dilema que tenemos en esta época es que debemos escoger entre darnos espacio para obtener resultados y saciar esa necesidad que tenemos por lograr el éxito inmediato, sin importar su brevedad. Al final, hoy estamos y mañana quién sabe ¿no?

El famoso doctor y catedrático Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto, afirmó que lo más importante en darle sentido a la vida. Eso implica pensar en que tenemos un propósito y hasta no cumplirlo, o intentar hacerlo, podemos comprender nuestra auténtica misión.

¿Cómo saber cuál es? Recorriendo esa última milla si nuestro interés es encabezar, lo que sea que nos interesa o que demande que lo hagamos. Recordando que, es a través de la confianza, de la voluntad, del compromiso que fomentemos en otros que podemos alcanzar una mejor condición de vida personal y social.

En ese sentido, todas y todos podemos (debemos, probablemente) convertirnos en líderes; de nuestras familias, de nuestro vecindario, de nuestra área de trabajo o de estudio. No para ganar el campeonato que no se ha conseguido en tanto tiempo, sino para aportar lo que la vida nos pide para que tengamos comunidades en paz, con tranquilidad, viviendo en espacios de armonía, de dignidad y de desarrollo común en donde podamos pensar a largo plazo y no en lo inmediato para sobrevivir.

Esa es la auténtica última milla. La que podemos construir entre todos, mientras apoyamos o nos convertimos en los que encabezan para ver, en el horizonte, las posibilidades que nos permitan continuar como especie, como planeta y como civilización.


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