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Por: Teresa Alarcón de Pérez Teuffer

CONFERENCISTA

SOMOS TU FAMILIA

“Ilusión es aportar magia del alma a cada instante de la vida.”

Ilusión, palabra que evoca magia y que es definida como el despertar de una viva complacencia en algo, se convierte para los seres humanos en motor y vida, en propósito y sentido. Es emoción y deseo que crea sueños y genera proyectos encaminados a la voluntad a la conquista del bien anhelado, dibujando el futuro con trazos de fe y pinceladas de esperanza.

Ilusión que me llena de sentido, es lo que mueve mi vida y mi trabajo como maestra, conferencista, escritora y terapeuta. La emoción profunda por estar viva, por poder soñar y construir esos sueños, por poder dar, recibir, sentirme amada y amar; constituye el motor primario de mi vida personal, familiar y profesional. Fuerza palpable que me anima a buscar compartir un poco de lo mucho recibido, que me impulsa a querer ofrecer apoyo desde mi propia vulnerabilidad, que me incita a salir de mi misma, mirando de frente mi propia historia para, desde esta, con estudios, con mi experiencia personal y las lecciones que me ha dado la vida, poder ofrecer lo que sé y lo que soy a quien lo pueda necesitar.

Esa ilusión de poder hacer el bien es un sentimiento que embarga a la persona cuando se ofrece en su grandeza y su pequeñez al servicio de la humanidad, convirtiendo dicha tarea en una misión. Servicio, que se convierte en un estilo de vida que he intentado adoptar y que busca convertirse en lenguaje que interpreta de manera serena y benevolente el sufrimiento y el dolor; en idioma que festeja de manera abierta los logros y satisfacciones del corazón.

Acompañar desde mí ser personal a quienes me rodean o a aquellos que se encuentran en un momento de profundo dolor o vulnerabilidad, llena de sentido mis días, mi trabajo y mi propia existencia en el diario caminar. Propósito de vida, que me lleva a saberme capaz y útil en la tarea de animar a las personas a mirarse a sí mismas sin temor en su debilidad, en sus caídas y miedos. Ilusión de poder ofrecerme como guía y compañera, como escucha atenta y fuente de comprensión que lleve, a quien me acepte en ese papel, a toparse con su propia capacidad y poder interior para sanar y encontrarse así de frente con la paz interior y la libertad.

En mi profesión, el respetuoso trabajo que se lleva a cabo en terapia, las palabras proclamadas que se expresan con fuerza en un podio y las letras que cautelosas se plasman en tinta sobre papel buscan hacer eco en los sentimientos, los dolores, los sueños y anhelos de quienes abren su corazón. Esa acogida, esa apertura de quien las acoge en su necesidad despierta en el terapeuta un franco deseo que la persona, a través de este noble trabajo, busque encontrar un camino de realización personal que le acerque a su ansia de plenitud y totalidad.

El adentrarse en este mundo de las emociones a veces adormecidas, a veces adoloridas o exacerbadas, requiere arrojo y altas dosis de humildad por parte de quien habla y de quien escucha, de quien escribe y de quien recorre con los ojos del alma esas páginas; exige al profesional y al cliente aprender a mirarse sí mismo en su propia verdad. Esta tarea debe llevarse a cabo con esfuerzo, con optimismo, con valentía y serenidad envuelta en la fe y la esperanza que nos recuerdan que, por difícil que sea una situación, siempre en algo se puede mejorar. Así es como se inicia un proceso interior que nos lleva a hacer las paces con nosotros mismos y con nuestra propia realidad, que nos invita a resistir y luchar para desde ahí lograr crecer, madurar, disfrutar y brillar.

A título personal, puedo decir que este deseo de acompañar a otros en este sendero de trabajo personal nace de una especial sensibilidad que me invade en la vida; sensibilidad ante lo bueno y lo bello que reside como anhelo eterno en el ser humano que tiende de manera natural e incansable hacia el Amor. Emotividad activa que se despierta en lo más profundo de mi ser ante el dolor propio y ajeno, estremeciéndome y con moviéndome genuinamente y que se traduce en acicate que me invita a la solidaridad, a la empatía y a la comprensión que por medio de mi trabajo busco expresar.

En el fondo, siempre es el amor la fuerza que dicta las emociones del corazón, el amor a uno mismo, a nuestra vida, a los nuestros, a los demás, a Dios, a la naturaleza, a la humanidad. Un amor vivo que se duele con el dolor de quien sufre y que se emociona ante la alegría de quien logra tocar de frente la felicidad. Un amor que logra trascender las paredes de nuestro individualismo y de la comodidad de nuestro ego, invitándonos a ser parte de la vida y la historia de alguien más, que generosamente nos integra de manera privilegiada a su proyecto de mejora personal.

Lo que emociona es lograr tocar las fibras más profundas de quien sufre y poder ser bálsamo en la agudeza de su dolor; lo que inspira es acompañarle en su miedo a descender a los rincones de la propia historia y personalidad en donde se almacena el dolor no resuelto, la ofensa no perdonada, la carencia no gestionada y los errores que con cadenas de culpa nos suelen aprisionar. Este bajar a mirar de frente, acomodar e iluminar esa oscuridad tiene la finalidad de llevar a la persona a emerger más libre y serena. Ilusiona verla transformar esos lastres interiores que empañan el alma en opciones más acertadas, con una visión proactiva y positiva de la vida, una percepción envuelta en benevolencia, en aceptación genuina y en respeto hacia sí misma frente a la vida tal cual se presenta en su realidad.

Este apasionante esfuerzo trae consigo una mejoría en la manera en que nos relacionamos con nosotros mismos, con nuestra vida y sus circunstancias; en la manera en que interactuamos con los demás. Son herramientas que a todos nos ayudan para salir de los pensamientos tóxicos que nos limitan para romper las actitudes destructivas que nos atan, procurando, desde una mirada de compasión, encontrar comprensión de nuestro yo más profundo. Son maneras de acoger y sanar ese yo, a veces apático, a veces herido o desbordado qué busca de una y mil maneras sentirse arropado, acogido, respetado y amado.

Estos procesos personales nos enseñan a recibir amor, nos capacitan para ofrecerlo de manera equilibrada, nos permiten poner de pie nuestra dignidad y pulir en todos los aspectos de nuestra existencia nuestra mejor versión. Este acompañamiento no solamente busca sanar, sino que alumbra nuestros talentos y nuestras virtudes, nos lleva a encontrar lo mejor de nuestro interior y aprovecharlo, acrecentarlo y compartirlo.

No son resultados comparativos ni cualitativos los que se generan con este trabajo interior, son avances físicos, emocionales y espirituales que nos llevan a manejar de maneras adecuadas el conflicto, las desavenencias y la frustración; nos enseñan a salir relativamente ilesos y victoriosos de los embates de la vida. Son estructuras interiores que nos fortalecen ante la adversidad, nos humanizan ante el sufrimiento, nos sostienen ante la incertidumbre y nos enaltecen ante el bien y la verdad.

Compartir conocimientos adquiridos por medio del estudio concienzudo es parte de esta labor, pero ante todo es la capacidad de transmitir la propia emoción, las propias convicciones e ilusiones, lo que se transforma en el verdadero don de quien se ofrece a otro en esta aventura de mejorar. La tarea es poder experimentar y transmitir con fuerza y pasión el propio sentir dirigido a buscar el bien del otro. Poder contagiar entusiasmo sincero, lograr compartir el dolor agudo y acertar en expresar todo aquello que dicta el corazón como telón de fondo en esta noble misión.

Agradecida hoy con la vida, buscaré seguir tendiendo la mano para calentar el corazón de quien me otorgue su confianza; intentaré continuar mi esfuerzo de conectar con lo mejor que encuentre dentro de mi misma para ponerlo al servicio del otro; pero, ante todo, lucharé por no desfallecer en mi propio trabajo de crecimiento personal que me genera ilusión. Procuraré con emoción viva saciar mis ansias de toparme con lo bello y lo bueno, con el bien y la bondad para seguir construyendo con ahínco mi proyecto de plenitud y de felicidad, en donde busco, muy a mi manera, en este arte de vivir, encontrarme con Dios y trascender en la eternidad.


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