Por: Dora Alicia Martínez Valero
DIRECTORA GENERAL DE ASUNTOS ELECTORALES
TELEVISA
A Pilly, Lichita y Valdito
Cuando me invitaron a escribir para este libro era marzo 2020 y empezaba la pandemia del COVID-19 en México, nunca pensé cuán necesaria sería la resiliencia para conservar la poca o mucha cordura que tenía.
Y es que, aunque algunos estamos más familiarizados con la soledad y el encierro, hay que reconocer que no es una tarea fácil y se requiere ser bastante resiliente para tomar de esta experiencia las mejores oportunidades que nos está dando la vida, aunque por el momento sea de este modo, desde el “Quédate en casa”, la sana distancia y la “nueva normalidad”.
Quizá para algunos el tema de la resiliencia sea conocido, pues hoy está muy de moda, pero para quienes no, les digo que el término resiliencia deriva del vocablo latín resilio, resilīre que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar, replegarse. (1) La Real Academia Española define esta palabra como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado de situación adverso y como la capacidad de un material de recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.
A quien se considera como el padre de la resiliencia es al neuropsiquiatra Boris Cyrulnik y este concepto es entendido como la capacidad de superar situaciones dolorosas y traumas, saliendo fortalecido de ellos, es decir, se considera resiliente a una persona cuando, tras una herida -un trauma-, logra aprender a vivir de nuevo.
En un principio, resiliencia, se entendía como un concepto de las ciencias exactas (en particular de la física) y era definido como: (2)
- La resistencia de un cuerpo a la rotura por golpe.
- La fragilidad de un cuerpo que decrece al aumentar la resistencia.
- La capacidad de un material de recobrar su forma original después de someterse a una presión deformadora.
A finales de la década de los años setenta, el término de resiliencia comenzó a adaptarse e integrarse a diversas disciplinas, particularmente en lo relacionado con los procesos individuales asociados a la salud (sobre todo mental), los procesos naturales y también se incluyó en las ciencias sociales. (3)
La resiliencia distingue dos componentes: por una parte, la resistencia frente a la destrucción, esto es, la capacidad de proteger la propia integridad bajo presión y, por otra parte, más allá de la resistencia, la capacidad para construir una conducta vital positiva pese a circunstancias difíciles, según Vanistendael (1994), quien añade para el concepto una capacidad más, la de una persona o sistema social para enfrentar adecuadamente las dificultades de una forma socialmente aceptable.
Si algo me queda claro en estos días es que, para muchos de nosotros, el COVID-19 ha sido un proceso perturbador, porque nos ha sacudido, nos ha sacado de nuestra zona de confort, nos ha obligado a tener que mantenernos en calma, a lidiar con la frustración de no poder realizar actividades de nuestra cotidianidad. La pandemia nos cayó de sorpresa y ni si quiera estábamos preparados para algo tan básico como compartir el espacio familiar de forma permanente.
Los estudiosos de la resiliencia conciden en determinados factores que la condicionan, y señalan que es importante identificar factores protectores y factores de riesgo, en tanto que éstos permiten predecir los resultados positivos y negativos (Rutter,1990). (4)
Los factores protectores (5) consisten en las influencias que modifican, mejoran o alteran la respuesta de una persona a algún peligro que predispone a un resultado no adaptativo.
En algunas ocasiones, un factor protector no constituye un proceso agradable. Se trata de cuestiones no placenteras que fortalecen a los individuos y pueden contener estresores que al final pueden modificar la respuesta de la persona en una forma adaptativa mayor que la que se pudiera esperar.
Cuando veo lo que estamos viviendo, me doy cuenta perfectamente de que existen personas para las cuales la capacidad adaptativa es mucho más sencilla que para otras, incluso en la misma familia, y esto en parte tiene que ver con la personalidad de cada uno de nosotros.
Las características individuales de las personas pueden constituir factores de protección. Estas no radican en los fenómenos psicológicos del momento, si no en la manera cómo las personas enfrentan los cambios de la vida y lo que hacen respecto a esas circunstancias estresantes o desventajosas.
Una visión más global de estos factores, la realizan Kotliarenco y Dueñas (1992), quienes los clasifican en tres grupos: factores personales, factores psicosociales de la familia y factores socioculturales. Los factores personales tienen que ver con el coeficiente intelectual, matemático y verbal, el hurmor, la empatía, la autoestima e independencia y con la menor tendencia a sentimientos de desesperanza o fatalismo.
En tanto, los factores psicosociales de la familia, hoy tan necesarios al permanecer en casa, se vinculan con un ambiente cálido, con la presencia de la madre o de una imagen sustituta o protectora, con que exista una comunicación abierta al interior de la familia y con una estructura familiar sin disfuncionalidades importantes, donde haya padres estimuladores que participen activamente en la crianza y den a sus hijos un soporte social.
Curiosamente, algo que ha evidenciado la pandemia es que estos factores psicosociales de la familia no han sido los más adecuados para construir familias resilientes y, por ende, personas resilientes, pues desafortunadamente en los últimos meses se ha puesto de manifiesto que durante el confinamiento, y derviado de la incertidumbre, la ansiedad y el estrés por el que han pasado y viven muchas familias, los grados de violencia contra las mujeres y los niños se han incrementado.
Y el tercer grupo, los factores socioculturales, se refieren a los sistemas de creencias y de valores de relaciones sociales, educativos y de salud, mismos que, en una situación como la que estamos viviendo, se vuelven tan fundamentales, particularmente los relativos a la salud, para cuidarnos y protegernos entre todos.
Guedeney (1998) señala que los factores protectores del desarrollo son, entre otros: una actitud parental competente, una adecuada relación con, al menos, uno de los padres, el apoyo del entorno con una apropiada red de relaciones sociales informales que no estén ligadas a obligaciones sociales o profesionales, una educación y compromiso religioso bajo la forma de participación en un grupo de escucha del otro y de reflexión sobre sí mismo. (6)
Ahora bien, todos estos especialistas también hablan de factores de riesgo.(7) Durlack (1998) los define como variables que denotan riesgo biológico, familiar o psicosocial que aumentan la probabilidad de consecuencias negativas en el desarrollo. Y eso es justamente lo que algunas familias están viviendo, pues al sentirse vulnerables por no saber a qué se enfrentan existe “la predisposición al desequilibrio de una persona”.
Lamas (2000) considera que la condición de riesgo puede afectar la estabilidad y el adecuado desarrollo de las relaciones familiares, lo que dependerá de diferentes variables tales como, la exposición al trauma, la clase social, la expansión y calidad de la red de apoyo social y las pérdidas sufridas. Y es que, en efecto, todos vivimos de igual forma la pandemia, pero no todos tenemos las mismas condiciones sociales, económicas y culturales, pues nuestro país es absolutamente desigual.
Boris Cyrulnik (2001), en sus obras “Una desgracia maravillosa” y “Los patitos feos”, pone en evidencia los factores de resiliencia en los niños y niñas, y señala que para que una persona se convierta en resiliente, debe recorrer un largo camino, en cuyo recorrido ve tres grandes aspectos:
- La adquisición de recursos internos que se desarrollan entre los primeros meses de vida.
- El tipo de agresión, de herida, de carencia y, sobre todo, su significado en el contexto del menor.
- Los encuentros, las posibilidades de expresarse y de actuar.
Para este autor, la resiliencia se crea en función del temperamento de la persona, del significado cultural, de su cultura y del tipo de sostén social del que dispone
Frente a todo esto yo me pregunto, ¿qué estamos haciendo los adultos para que nuestros niños en esta época de pandemia y de adversidad -que implican una mayor creatividad y trabajo en el manejo de la frustración, primero nuestra y luego la de nuestros hijos- puedan salir fortalecidos y más resilientes?
Ahora bien, hay para quienes esta situación que estamos viviendo se ha tornado maravillosa, pues ha significado un gran crecimiento personal y familiar, ha permitido la posibilidad de fortalecer lazos aún en la distancia, de aprender cosas nuevas, de recuperar tiempo en casa y de convivencia con los seres que amamos. Quizá eso se deba a los elementos personales de resiliencia con los que cuentan, entre los cuales están:
Autoestima: una variable central de la resiliencia. Una adecuada autoestima permiter a la persona poder afrontar las dificultades y recuperarse de ellas.
Empatía: capacidad de entender al otro y ponernos en su lugar, de comprender sus sentimientos a través de la comprensión de los propios. Es un hábito resiliente que nos permite, por ejemplo, separar pensamiento de acción cuando nos sentimos enfadados con algún ser querido.
Autonomía: creencia de que podemos influir en lo que sucede a nuestro alrededor sin temor a que éstas sean injustas o dependan de causas ajenas a nuestro control. Esto va a hacer más fuerte a nuestra autoestima y nos va a movilizar hacia la resolución de conflictos que de otra forma se cronificarían en el tiempo.
Humor: según Wolin y Wolin (citado por Panez, 2002), se refiere al cómo “la disposición del espíritu de alegría, permite alejarse del foco de tensión, elaborar de un modo lúdico, encontrar lo cómico en la tragedia”. Es la capacidad manifestada en palabras, expresiones corporales y faciales (que contienen elementos incongruentes e hilarantes) para generar un efecto tranquilizador y placentero. Afrontar la adversidad con humor es propio de personas resilientes. Ser capaces de reírnos de la adversidad y sacar una broma de situaciones difíciles nos ayuda a superarlas y mantenernos fuertes y optimistas ante la incertidumbre. Tener un enfoque hacia lo positivo de una situación abre caminos que antes estaban ocultos. Evitar la queja constante y partir de la convicción de que uno puede aprender de sus experiencias, sean éstas positivas o negativas, nos permite seguir creciendo y madurando a lo largo de la vida.
Creatividad: según Wolin y Wolin (Citado por Panez, 2002), se define como la expresión de la capacidad de crear orden, belleza y fines o metas a partir del caos y del desorden.
Inteligencia y habilidad de resolución de problemas: Fergusson y Lynskey (1996), señalan que una condición necesaria, aunque no suficiente, para la resiliencia es poseer una capacidad intelectual igual o superior a la del promedio.
Conciencia del presente y optimismo: hábito de vivir en el aquí y ahora (el presente) sin que las culpas de ayer o la incertidumbre del futuro enturbie el momento que estamos experimentando.
Flexibilidad combinada con perseverancia: la existencia de un propósito significativo en la vida con el objetivo de obtener fuerza interior para responsabilizarnos de perseguirla con flexibilidad y sin obstinación.
Sociabilidad: cultivar y valorar las amistades, rodearse de personas con actitud positiva ante la vida, creando una red de apoyo para momentos difíciles. Al pasar por un suceso potencialmente traumático, el primer objetivo es superarlo; debemos ser conscientes de la importancia del apoyo social y no dudar en buscar ayuda profesional cuando se necesita.
Tolerancia a la frustración y a la incertidumbre: una de las principales fuentes de tensión y estrés es el deseo de querer controlar todos los aspectos de nuestra vida, porque solemos no tener capacidad de tolerar la incertidumbre. Una forma de ganar seguridad en nosotros mismos y vivir con menos tensión emocional es, precisamente, aprendiendo a lidiar con la incertidumbre para que nos cause el menor malestar posible.
Ética: capacidad de desearle a otros el mismo bien que deseamos para nosotros mismos.
Así, todos estos elementos construyen a las personas resilientes. Creo que, en mayor o menor medida, deberíamos como sociedad, una vez termine esta crisis de salud, empezar a trabajar en ellos de forma permanente para erigirnos, desde nuestra individualidad y nuestra vida de familia, como una sociedad resiliente.
Mi papá suele decirme, desde que era pequeña, una frase que para mi implica la resiliencia:
“Vivir, sobrevivir, sobresalir”
Es tiempo de, todos, ponerla en práctica.
(1)http://revistas.uned.es/index.php/RPPC/article/view/4024/3878 http://cvis3.cebem.org/wp-content/uploads/2018/06/Apuntes-epistemol%C3%B3gicos-sobre-Resiliencia.pdf http://www.lebrijadigital.com/web/images/stories/Descargas/resilencia.pdf
(2)http://revistas.uned.es/index.php/RPPC/article/view/4024/3878 http://cvis3.cebem.org/wp-content/uploads/2018/06/Apuntes-epistemol%C3%B3gicos-sobre-Resiliencia.pdf http://www.lebrijadigital.com/web/images/stories/Descargas/resilencia.pdf
(3)http://revistas.uned.es/index.php/RPPC/article/view/4024/3878 http://cvis3.cebem.org/wp-content/uploads/2018/06/Apuntes-epistemol%C3%B3gicos-sobre-Resiliencia.pdf http://www.lebrijadigital.com/web/images/stories/Descargas/resilencia.pdf https://www.merriam-webster.com/dictionary/resilience
(4) http://repositorio.unsa.edu.pe/bitstream/handle/UNSA/3540/Psqunuv.pdf?sequence=1&isAllowed=y https://www.paho.org/Spanish/HPP/HPF/ADOL/Resil6x9.pdf
(5) http://repositorio.unsa.edu.pe/bitstream/handle/UNSA/3540/Psqunuv.pdf?sequence=1&isAllowed=y https://www.paho.org/Spanish/HPP/HPF/ADOL/Resil6x9.pdf
(6) http://repositorio.unsa.edu.pe/bitstream/handle/UNSA/3540/Psqunuv.pdf?sequence=1&isAllowed=y https://www.paho.org/Spanish/HPP/HPF/ADOL/Resil6x9.pdf
(7) http://repositorio.unsa.edu.pe/bitstream/handle/UNSA/3540/Psqunuv.pdf?sequence=1&isAllowed=y