Por: Jaime Mejía Cerdio
SOCIO DIRECTOR, CEO Y FUNDADOR
AGUACHILE
ESTIMADO SR. GERENTE: Dicen por ahí, que en tiempos de crisis, hay quien llora y quien vende pañuelos. Y también quien escribe sobre resiliencia.
Yo nunca lo había hecho, hasta hoy. Vaya, haciendo honor a la verdad, entré al buscador de Google a teclearlo. Y no porque no sepa lo que significa, sino que después de 4 meses de que mi léxico se ha reducido a palabras como “COVID”, “Pandemia” y “El pico más alto de López Gatell”, estaba seguro que hoy más que nunca, su definición haría sentido en mi cabeza.
Del latín resilio, que significa saltar hacia atrás, según la RAE, la resiliencia se trata de “la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.”
Con este contexto, debo aceptar entonces, que en muchas ocasiones de mi vida – incluso más de las que desearía – he sido resiliente. Y honestamente no sé si sea algo que precisamente me enorgullezca. Más si lo vemos desde la perspectiva de que para serlo, tuvo que suceder una situación traumática, un momento de crisis que en su momento se salió de control.
Y es que, estimados lectores, si hablamos de estadística, teorías de la probabilidad y fenómenos aleatorios y estocásticos, un productor y director audiovisual como yo, involucrado en la industria de la creatividad, después de 37 años de vida,13 de desempeño profesional, 8 con una empresa con altibajos, y cientos de “ahorita no, joven”, calculo que ya no debiera ser víctima de una situación límite por lo menos en mis siguientes 4 vidas. ¿Pero saben cuál es la mala noticia? Que tarde o temprano sucederá.
Porque mi profesión, es, per se, un oficio caótico que estoy seguro le sirvió como inspiración a Edward Murphy para su propia ley que dicta “si algo puede salir mal, pasará”. En esta industria, es más factible que algo te salga mal a que te salga bien, que la solución de un problema te lleve a la generación de 14 más, y esto, en mi defensa, inevitablemente me ha creado cierta inmunidad a la frustración.
Pero para hablar de resiliencia es obligatorio abordar el tema personal. Porque es justo ahí donde las vivencias, el coraje, las entrañas, y los valores inculcados, hacen equipo para unir fuerzas y soportar crisis de magnitudes catastróficas que puedan sorprendernos en el momento menos imaginado.
Mientras escribo esa palabra, “crisis”, recostado en mi cama, a las 2:35 de la mañana, noto que las mismas que he experimentado a lo largo de mi vida empiezan a revolotear por toda mi habitación.
Unas vuelan más alto y otras más rápido, no es fácil atraparlas. Pero para mi sorpresa, a mi lado, sin que la persiguiera, decidió posarse una. No es la más fuerte, ni siquiera la más pesada, pero si se presentó por voluntad propia es porque sabía que la estaba buscando a ella, pues muy probablemente sea la que me tiene hoy aquí, 13 años después, escribiendo este artículo.
Omitiendo nombres y detalles, la recuerdo más o menos así:Cuando salí de la universidad, decidí montar una agencia de publicidad. Con rentas pendientes por pagar pero una revolución de ideas en mi cabeza dispuestas a comerse el mundo, pedí una cita con el gerente de una agencia de automóviles de lujo. Una de esas que hoy apodan de “nuevos ricos”. Estaba completamente convencido que mi propuesta de proyecto le parecería lo más novedoso que había escuchado en los meses recientes. Era one shot. No había más. O cerraba el trato o estaría en serios problemas que repercutirían, sin dudarlo, en la quiebra de mi empresa naciente y por tanto mi primer fracaso profesional.
Mi cita con el gerente duró escasos 16 minutos. Tal vez iba por ahí del 14, cuando me dijo “No suena mal pero… ¿tú eres de aquí… No?” “¿Perdón?” respondí. “Sí, tú eres de aquí, de Aguascalientes. Los de las ideas chingonas son los de la Ciudad de México. Pero gracias, mándame un mail a ver qué podemos hacer”. Me paró en seco. Apenas me había subido al ring cuando me recibieron con un uppercut para noquearme con un swing de izquierda. ¿Estaba siendo víctima de discriminación? ¿Alguien me estaba diciendo en ese momento que mis aptitudes no eran suficientes por pertenecer a determinado lugar? Me levanté y salí. Derrotado y con la seguridad hecha pedazos. Ya no mandé nunca ese mail, pero meses después la vida me permitió responderle con un artículo en un libro.
Estimado Sr. Gerente:
Disculpe mi respuesta un poco tardía. Sí, yo soy “de aquí”, igual que usted. Soy de un país con 120 millones de mexicanos, donde hay más “no´s” que “sí´s”. Donde tenemos un sistema político corrupto y rudimentario en el que más del 21% de los habitantes viven en pobreza extrema.
Una nación donde a la gente le dicen que no pueden, sólo por su color de piel. Una región de casi 2 millones de kilómetros cuadrados ausentes de oportunidades donde su frase preferida es “el que no transa no avanza”. Un lugar donde vivimos en una constante necesidad de reinventarnos no por gusto, sino por supervivencia. Pero también, señor gerente, se me pasó decirle que soy de un país donde tenemos algo que se llaman huevos. Y carácter. Y fuerza. Y creatividad. Y talento. Y una capacidad de resiliencia inaudita ante crisis brutales que llevamos arrastrando por años.
Con el debido respeto, señor gerente: Este escrito va dedicado a usted, que sin saberlo, me trajo a estar compartiendo páginas con los líderes empresariales más importantes de mi país.
Va con agradecimiento especial a usted, que fue quien puso en mi camino la resiliencia cuando yo aún no tenía la menor idea de lo que significaba. Que me obligó a salir de mi zona de confort para enfrentarme a 50 crisis más, que tal vez no hubiera encarado si en ese momento, en su oficina, me hubiera dado por vencido.
Por último, GRACIAS. Tal vez mi proyecto no le haya convencido, o seguramente usted conozca a muchas personas que sean más capaces, más talentosas o que lo hagan mejor que yo. Pero tengo algo importante que decirle: Ahorita, en tiempos de crisis, en vez de llorar estoy vendiendo pañuelos, ¿le interesan, señor gerente?